Se afirma
que Proust es un buscador de
la verdad (y no de la memoria)
a través de la Recherche
du temps perdu. ¿De qué
verdad se trata? ¿Se
puede afirmar que alguien puede
buscar una verdad a través
de la maldición literaria?
Se trata
de una búsqueda determinada
por una violencia que empuja
al aprendizaje y no es voluntaria.
La violencia garantizaría
la autenticidad. ¿La
autenticidad de qué?
¿El aprendizaje del fin
de todo aprendizaje? ¿La
máquina que funciona
para explicar el imposible funcionamiento?
***
En primer
lugar la mundanidad es una serie
de signos vacuos y la felicidad
de la reminiscencia comporta
la paradojalidad de la certeza
de la muerte. La búsqueda
del signo es forzada. Ese forzamiento
aumenta los signos de la presunta
verdad que busca Proust.. Pero
¿hay alguna posibilidad
de verdad que surja de un lenguaje?
Peor aún: de un lenguaje
fragmentario, digresivo, de
un tiempo arbitrario, de un
procedimiento buscadamente antilógico,
antimetodológico.
Ante
todo Proust cree que la amistad
(a diferencia del amor, falaz
por naturaleza, sin embargo)
establece comunicaciones falsas
basadas en malentendidos. Filosofía
y amistad ignoran las fuerzas
oscuras que obligan a pensar
y a Mal-Decir literariamente.
No hay libertad, la literatura
es a pesar nuestro. El amor
renuncia a toda comunicación.
El arte, según Proust
llegaría a las esencias,
lograría recuperar el
tiempo perdido. Estas esencias
no son iluminaciones platónicas:
son como el amor, una renuncia
a la comunicación. Una
esencia surgida de la lucidez
de la incomunicación
absoluta: el caos de la memoria
el tiempo recobrado que recobra
o mira cara a cara la muerte.
Mientras que la filosofía,
la amistad creen en una posibilidad
de orden, no nacen de ninguna
violencia, sino de una buena
voluntad que lleva a un mundo
falso donde las cosas parecen
ser lo que no son, las esencias
del arte (léase literatura)
llevarían a entender
lo que es, o sea el mundo primigenio
del desorden. De lo contrario,
la literatura de Proust sería
una especie de filosofía
involuntaria., una filosofía
llevada por la violencia y no
por el deseo de saber, y el
resultado sería literario:
fragmentación, elogio
de la digresión constante,
antilogos, unidad de lo confuso.
Un estilo: nada más que
eso.
Al considerar
que el arte transmita temas
inconscientes, arquetipos involuntarios
y no una ordenada exposición
armónica, Proust, lo
quiera o no, participa de esta
maldición exacerbada
de lo literario. Combray aparece
no en su realidad sino en una
esencia, en su diferencia interiorizada,
en la sublimación de
la subjetividad. El fragmento
no es totalizable y como corolario
se va a confrontar el pathos
al logos.
El lenguaje
va a ser claramente engañoso:
como marca Deleuze, Proust se
ve similar al profeta judío
y no al filósofo griego.
El profeta judío, sin
Logos que lo proteja, siempre
tiene necesidad de un signo
para persuadirse de que el signo
de Dios no es engañoso.
Dios (el lenguaje) puede querer
engañarle.
En este
sentido Proust observa en su
literatura los signos perfectos
del Mal-Decir y los utiliza
en su provecho. Hablar de esencias,
puede ser irónico, y
no es descabellado pensar en
un hombre que de tal forma se
burló de la filosofía
y la lógica, la memoria
voluntaria y la unidad. El fragmento
no pertenece a la unidad, no
hay parte que le corresponda,
no ha sido arrancable de un
cosmos ni será devuelto
(o podrá ser devuelto)
a él.
No hay
por tanto unidad perdida. El
orden cósmico ha sido
desmoronado, desgajado en cadenas
asociativas y puntos de vista
no comunicantes (Deleuze).
El lenguaje
de los signos se reduce a la
desgracia y a la mentira. Proust
le reprocha a Baudelaire haber
buscado analogías demasiado
platónicas, aunque lo
suponga precursor.
La reminiscencia
está unida a una cadena
asociativa heteróclita,
sólo hay un punto de
vista creador. Pero ¿este
creador es un creador de un
punto de vista con una lógica
que se cierra en sí misma?
Tampoco este punto de vista
creador sabe lo que dice. No
hay ningún conjunto,
y hay distintas velocidades
para cada trozo que no remite
a nada.
El contenido
está tan perdido, es
más, como un sueño,
no ha sido jamás poseído
de ninguna manera. Su reconquista
es la creación, pero
esa creación es un Mal-Decir,
desde el momento que no comporta
un orden. Albertine tiene mil
rostros, se salta de uno a otro,
no se reúne nunca.
Por
algo se habla en Du côte
de chez Swann de un lado de
Méséglise y un
lado de Guermantes, entonces
estamos ante líneas transversales
que saltan sin juntarse. Los
vasos cerrados incluso se organizan
en direcciones opuestas.
No hay
Ley. Nada se vincula. Si no
hay Ley, estamos en los dominios
literarios. Podríamos
decir en los del lenguaje, pero
en lenguaje se organiza en una
farsa de Ley, en una farsa de
comunicación. Como en
Kafka la Ley es del todo incognoscible.
La Ley
sólo sanciona, como en
Kafka. En La Muralla China lo
fundamental es lo fragmentario
de la muralla. Desde la pesadilla
kafkiana a la elegante sensualidad
irónica de Proust no
hay gran distancia.
Otra
de las ideas de Proust es considerar
su obra como una máquina
que sirva para leernos a nosotros
mismos. ¿Qué se
puede leer en ella? El monstruoso
lenguaje que deforma cualquier
tentativa de verdad unificadora.
Una forma de ver el caos interno
que acecha en nuestro pretendido
orden, la máquina inconsciente,
la irrealidad de nuestra memoria
y de nuestro tiempo perdido
recobrado en otra cosa que ninguna
ligazón tiene con el
pasado. La de Proust es una
obra que no tiene problema de
sentido (no hay sentido para
buscar o interpretar) sino un
problema de uso, de funcionamiento.
No hay
sentido. Y de ningún
modo ninguna presunta aproximación
al sentido está en la
impresión o en el recuerdo,
pero esa impresión o
recuerdo es un equivalente Mal-Dicho
por la involuntaria máquina
de interpretación. Si
resuenan dos objetos lejanos,
se produce un lazo indescriptible
de palabras que no son, desde
ya, el sentido del tiempo perdido
ni el de la memoria. Esa alianza
de palabras, como decíamos
en otro capítulo ya es
otra cosa: un objeto nuevo,
un caos otra vez formado como
antes del mundo.
Ese
es el estilo. Una resonancia.
Algo que sustituye lo inconsciente
por una producción artística
que logra una esencia que nada
tiene que ver con ninguna filosofía,
con ninguna voluntad.
Es un
cortocircuito antilógico
y gratuito. Nadie sabe qué
es la Belleza pero de eso se
trata. Sólo que este
cortocircuito será poéticamente
necesario. ¿Cuáles
son las condiciones de esa necesidad?
Jamás
podrá saberse. Pero lo
que es seguro es que por ese
lugar anda la muerte, la catástrofe
final, como ya circulaba en
la reminiscencia, en el resonar
de objetos lejanos y la violencia
de la memoria involuntaria.
Son éxtasis paradojales
porque circula por ellos el
Mal-Decir del lenguaje, su mentira
concreta. Hay una vinculación
entre el fin último extático
y el fin último catastrófico.
Cuando
la máquina proustiana
produce un movimiento forzado
de gran amplitud conseguimos
el efecto de retroceso y/o la
idea de muerte. Así el
Tiempo, la linterna mágica
del Tiempo descuartiza objetos,
rasgos, plenamente producido
por el lenguaje literario que
como el tiempo, o porque está
hecho de Tiempo, distorsiona
y descuartiza.
Comparar
la obra de arte con una catedral
(como hace Proust) no es como
maravillosa totalidad, unidad,
cosmos, Logos sino una forma
de mostrar costuras, remiendos,
agujeros. ¿No habíamos
dicho que el caos es una abertura
en el tejido (texto) del mundo?
Cada
punto de vista es un universo
en sí que no se comunica
con ninguno y que afirma su
increíble diferencia.
Leemos:
Un río que pasa bajo
los puentes de una ciudad era
tomado desde un punto de vista
tal que aparecía completamente
dislocado, desplegado aquí
como lago, reducido allí
a un simple hilo de agua , roto
más allá por la
interposición de una
colina. Y también: vertical
inflexible de los campanarios
que no ascendían, sino
más bien, según
el hilo de plomo de la pesantez
marcando la cadencia como en
una marcha triunfal, parecían
mantener en suspenso a sus pies
toda la masa confusa de casas
escalonadas en la bruma, el
curso del río aplastado
y descosido. Buena imagen del
caos: todo se disloca, se desplega,
pero se rompe, la confusión
llega a las casas, el río
es descuartizado ( aplastado-descosido
de la textura del Logos). El
río aplastado y descosido
como un símbolo del lenguaje
debe ser interpretado, descifrado,
desenrollado: pero el creador
siempre traiciona, aún
vigilando los signos de la traición
como el celoso.
La creación
no es contingente sino forzada
a surgir en el mundo. Su mundo
de esencias es una mentira fragmentaria
que al recobrar pierde para
siempre. Lo que surge es otra
cosa. El punto de vista ha producido
un trastorno: puede ser un lago
o un hilo de agua si así
lo impone la colina. El río
que es lago y que es hilo de
agua, es algo completamente
distinto: un mundo lateral que
nada tiene que ver con ese mundo
fáctico que el lenguaje
y el tiempo (el lenguaje se
despliega en el tiempo e intenta
reproducir el tiempo) han vuelto
irreales, fantasmáticos.
Hay bruma, confusión,
el río de los hechos
queda para siempre aplastado
y descosido como un río
del caos.
Ninguna
inteligencia abstracta logrará
mediante ninguna voluntad racional
imponer orden. La mirada de
Proust es una extrañeza
que subvierte, separa. Y de
ese modo logra ese efecto único
que sin angustiar muestra un
rompecabezas de imposible unidad.
Y esa unidad imposible termina
siendo un alivio.