En la cuenca de uno de tus ojos hay una mañana amarilla y una canción que se cantaba hace siglos, cuando los amaneceres tenían párpados de rosas y el sol transparencia de infinito.
También hay una casa de almendra donde desayunan los mejores sueños que tuviste.
Por tus manos, vueltas hacia el cielo, las hilanderas destejen la voz de las ausencias y se sientan a la orilla del vacío para recibir a los muertos. Ellos traerán promesas de veranos y luz en su mirada lapislázuli.
Por tu rostro se ven huellas de gemas preciosas que quedaron encastradas en la madera del último portal.
La tierra de plata de la luna, te hará un lecho de memorias donde descansarás vuelto tu rostro al paraíso.


Dentro del dedal que llegó de Italia
habita un almanaque,
días huyendo de la guerra,
travesías en barcos
repletos de inmigrantes.
Mis abuelos de incierto futuro,
tierras baldías inundadas de pólvora.
A su lado, una tijera
para cortar la línea
que separa los mundos.
Hilo de coser
para unir lo que se ha roto.
Dentro del dedal
hay inviernos con muñecos de nieve,
planes de vida,
el horror, la sangre,
un grito a las dos de la mañana.
Un puerto, un continente
y el miedo que golpea sin piedad.


En el pequeño mundo de mi mano
guardo laberintos de arena y cólera,
enigmas indómitos,
poetas locos que sueñan con espejos,
un muerto que pasa en bicicleta,
una muchacha que gastó su memoria,
aves que surcan el destiempo.
Es posible que también guarde
la primera letra del amor,
una vida en hilachas,
un malabarista,
un corazón herrumbrado,
una lámpara de aceite,
un horizonte de miel y azúcar.
En ese pequeño mundo,
también habrá un trozo de misterio,
algún calendario marcado de citas,
una máscara de soledad,
una profecía,
un bestiario,
la sangre feroz que me da vida,
una mujer que se viste de sola.


Ahora que ya no hay más sílabas nuevas,
ni palabras vírgenes,
ni frases asombrosas.
Ahora que no se leen
oraciones que golpeen el pecho.
Que ya los relojes se volvieron turbios
y el futuro se perdió en la niebla.
Ahora cuando el grito de la noche es anciano
y agujeros dentados devoran la luna;
cuando los ojos pueden llegar al silencio
y las manos asfixian tempestades y siglos.
En el momento en que la luz estalla
en mil monstruos de barro, mil rostros oscuros,
yo te celebro, vida, para empezar de nuevo.

 


 

Atardece. Hay un pájaro que brota de la rama.
Un pájaro en la rama de la historia.
Un pájaro con ojos de universo.
Con alas de noches incendiadas;
alas de cofres extranjeros; del color de la coherencia.
Un pájaro con pico de relámpago;
con pico de guadaña enmohecida.
Con movimientos de verano sin montura;
patas de cangrejos que se duermen;
de potro ya cansado y duendes medievales.

Atardece. Hay un pájaro en la rama.
Una rama que acuna caracoles.
Un pájaro con mirada de nuez y oro dulce;
con mirada de hoguera y cenizas;
ojos de cerradura que se quiebra;
ojos de barcos que naufragan en desiertos.
Un pájaro con plumas de áspero coraje;
plumas cubriendo los baúles
y trinos humeantes entre leños de agua fresca.

Atardece. Hay un pájaro en el centro del mundo,
en el centro de las vías del tren,
en el centro de algún meridiano.
Un pájaro en una rama fuerte, precisa,
como la vida, la infinitud, la inocencia.

 


 

La mujer del sol
ha recorrido las playas de Marbella.
Sus labios dorados
llevan los besos de los mares,
el rocío de lunas
con color de arco iris.
Ella alumbra cuando la noche se enoja,
lleva calor cuando la nieve arde.
Transforma la vigilia en sueño de hadas;
tiene un secreto
escondido en la arena.
El secreto se agita,
las eras lo transforman,
el viento lo sepulta.
Y ella, la mujer del sol,
lo guarda en la eternidad.

 




Es mar que lleva campanas en sus ojos,
estrellas ocres, verdes, plateadas.
Un faro la espera con luces de algodón y espuma.
Ella camina sobre olas de verano
tatuando en su rostro estirpe de elegidos.
En sus labios
la nostalgia se transforma en belleza
y crece en su sonrisa
la semilla azul del cielo.


 

Octubre es opaco.
Grietas peligrosas lo habitan.
Ellas se transforman en cadenas
que aprietan la garganta.
Octubre asesina los proyectos
y diciembre traiciona y oscurece.
Hay meses donde anidan, sin piedad,
los dolores más crueles de la tierra.




Antes de nacer
ya había visto encrucijadas,
los nidos de las pérdidas,
las heridas que los árboles guardan
cuando esperan septiembre.
Pero también mis ojos
se llenaban de dicha
cuando veían gotear de los faroles
hadas amarillas preñadas de enero.





Ella
tatúa sus ojos con la tea de la vida. Sabe del secreto milenario escondido en las grutas, en manantiales de fuego, en la antesala del mundo.
Hay un lugar donde no llegan los caminos, un lugar con paredes extrañas y aldabas de tormentas y ella, ella sabe que allí se esconden los relámpagos, los abismos perpetuos donde se fraguan las tinieblas. Sabe que las respuestas son esquivas, jeroglíficos eternos obstinados en callar.


Toda ella es enigma, páramo, tormenta. Su vestido de algas flamea en el suplicio del retorno; es rehén de la vida, del naufragio, del reflejo del sol entre árboles del bosque.
Construye con sus pupilas esqueletos de intemperie; esconde en el aire respuestas impiadosas y agita máscaras en los senderos subterráneos del dolor.
A su lado, en el caldero, hierven extraños ritos para evitar emboscadas que la rondan.
Su estirpe pertenece a los extraños designios del principio.


El cielo le dibuja la frente, las manos, el fuego de sus ojos. Camina entre flores silvestres que intentan retener su sombra mojada de lluvia.
Sola, trata de orientarse hacia el lugar del misterio, aquel que guarda el portal sin llaves, el que no se muestra, el que es sin ser.
Su meta tiene contornos apagados, pero ella va incansable acompañada de sus sílabas.
Joven y anciana, nodriza de la tierra.


La bruja colmada de siglos la acompaña con su pócima bendita y le abre la puerta de la luna. La pequeña habitada de horas entra a ese reino plateado, brillante, milenario. Se aferra a las olas del viento y escucha la vibración de las estrellas.
La bruja se despide. Tiene que realizar hechizos en otros espacios. La niña se duerme en un cráter de paz y caramelo.


No sabe quién es, a pesar de la pequeña hendija detrás del espejo. Ni sabe, tampoco, que los rayos del sol se tamizan en vértigos secretos y quedan sus hilachas a merced del abandono.
No sabe que el amor, al fin, es escarcha, herencia de arcilla moldeada en traiciones, ni que el olvido es sostén de la memoria y la partida.
Ni siquiera sabe, niña huérfana, que por la cruz que lleva en su espalda deambulan ojos ciegos que reptan por el dolor del mundo.


Pequeña muñequita ojos de otoño, sonrisa de alabastro y paso de gorriones pariendo primaveras. El sol que te envuelve es un ala de noche que recorre la inmensidad del destino.
Detrás de las piedras, donde la sal del agua se oculta, donde la espuma del océano dibuja el paso de las eras, allí, pequeña supliciada, se ha tatuado el perenne abismo que te nutre.





 

A Fresita
(en tiempos de felicidad)

 

Camino con ella el invierno. Las calandrias siguen su vida de siempre. Los perros mastican el aire como si no tuvieran frío. Hay cardenales que lucen su copete y pintan con él, de rojo el cielo. Los mirlos buscan perlas entre las hojas caídas.
Camino con ella. Es invierno. Humedad en el pasto. el día transcurre hacia la noche con duendes.
Ella y yo, caminamos con apuro hacia el hogar. hemos recogido un cofre de sol. Traemos pájaros en nuestros ojos.
Vamos a casa. Allí es primavera.

 



No recuerdo el color de tus ojos. La mesa era larga, con gente contando historias.
Luego llegó la noche, enorme como el campo, guitarras, fuego, poesía. Una ronda con sonrisas y manos que ocultaban la canción de la angustia.
Los perros silueteaban con las sombras y un frío impiadoso subía por mis venas.
Era agosto y yo buscaba los pájaros, mi triste amor.
No vi tu mirada. No recuerdo el color de tus ojos.
Era agosto. Hacía frío.
Hacía soledad.


 

Niña jardín, sombra de pájaro que arde en el paso de todos los cometas; que recorre universos de pan y lapislázuli. Niña que abre sus brazos para cobijar almas escondidas en rincones.
Aquí, tú, mirándome de frente, espejo de mi vida, me tomas de la mano y vamos las dos por el camino del alba hacia el fulgor cálido de una vida nueva.



                                                                               
a Anisita

Por una fisura de octubre ella viene a devolverme el aire. Trae lo bueno por vivir, aquel mar que en la Villa refrescó el verano.
Por ese octubre en que se fue, hoy vuelve con un ramo de fresias.
Por una fisura del octubre que la llevó, ella vuelve con miles de colores nuevos.

 


 

Tan cerca de mí. Tan lejos, tan irremediablemente lejos.
Tan jamás. Tan nunca,
Tantas manos solas, las tuyas, las mías. Tanto abismo. Tan cerca de lo que no ha de ser.
Tanto imposible al pronunciar tu nombre.



 

A MIS AMIGOS POETAS

Somos legendarios.
Somos legendarios porque hace una larga historia que respiramos frutos, recorremos el bosque claroscuro del invierno y miramos la lejanía en busca de reposo.
Nuestras huellas marcaron las distancias, las unieron con palabras y poesía. Miramos el rostro del poema y nos prometimos existir para escribirnos.
Amigos que vibran el mismo aire que respiro: somos legendarios. Marcamos a fuego un destino, nuestros pasos, una porción de tiempo bendecido con belleza.


QUIEN ES ESE HOMBRE

¡Quién es ese hombre
que me observa desde otro país?
Que tiene trincheras detrás de los ojos,
de quién no sé si aún lleva barba
y el pecho a la intemperie.
Tampoco si tiene despoblado
aquel rostro de cenizas.
Él me contempla escondido en el tiempo.
Desde aquellos domingos que lloramos juntos.
Desde el universo de viejos otoños.
¿Quién es ahora, ese hombre
que juntó hace siglos su soledad con la mía?
Que compartió angustias, el dolor, palabras.
¿Dónde está? ¿Dónde con sus huesos?

En algún rincón de su tristeza
debe estar buscándome.
A pesar de todo.


YO TAMBIEN RECUERDO LA CASA ANTIGUA

Yo también recuerdo la casa antigua, las paredes con trozos sin revoque, el cerco verde del jardín y la estrella federal. Atrás, el gallinero y el cuartito que acompañaba la glicina, ese lugar donde se dejaba la ropa impecablemente planchada y donde por la radio los domingos Fioravanti gritaba los goles de Labruna.
Y las macetas, la hamaca, galerías.
Yo también puedo caminar con mis ojos atentos y mirarme en la niebla del recuerdo.
Hoy, con mi deshabitada vida que pesa en mis palabras, con manos que sangran soledad y pérdidas, golpeo el portal de aquel mundo eterno para que me cobijen los brazos de mi madre,   


ELLA VIENE CON LA BRISA

 Ella viene con la brisa, enferma de ocasos y horizontes. Padece de cielos envueltos en tinieblas, de rocas que albergan besos olvidados. Viene y me sonríe mientras la luna pende de una rama de eucalipto; provoca para que el miedo me transforme en presa oscura.
Ahora –ahora mismo- intenta ocultarse tras el tronco y me hace un guiño descarado.
Viene con la noche, cuando el día se ahoga en la oquedad y el suplicio. Aguarda y respira lentamente, como aquellos que van a abandonarnos. Impía y dulce hace su nido en el follaje. Tal vez intente adormecer la vida, pero no; todo se despierta y tiembla el mundo.
Ella viene. Tiene aroma a hierbas, gusto a sal.

 

A PABLO

Vegetal y carnívora esta tristeza de dioses arcanos va hundiendo en el ocaso una pincelada de bosque y caminos. Llega la hora donde la soledad se relame, impía, sus labios de moho. Y a lo lejos, tal vez, justo allá donde no alcanzo, una farola se encienda cálida de hogar y refleje en un paisaje nevado la luz del amor que no fue.



 

                         A cierta edad, el pasado empieza
                                a interesar más que el futuro.
                                           Francisco Umbral

                                                                     A Susana Cattaneo

 

¿Vas a abrir la cajita rosa del amor para que escapen los domingos, aquellos de los exquisitos almuerzos, los que duermen, guardados, el sueño que viviste?
Quieres vestir la noche con mariposas de infancia, con lunas crecientes, con palabras para que un sagrado círculo se forme en tu guarida.
Hoy, tu futuro es recorrer las calles del pasado. Las miradas que forjaron tu vida, los otoños que mostraron su belleza y las primaveras de sol y caramelo.
Miras a tu espalda, hacia todos los pájaros, porque hoy se murieron las muñecas, los juramentos de amistades para siempre, los nombres de las cosas que no fueron.
Vas hacia todo lo hermoso que has vivido para buscar la luz de los relojes,
la lluvia blanca de los días, las campanas de la escuela que no está.
Vas para capturar la sombra de tu sombra, porque hoy, de ti, sólo te queda esta extrañeza.


Su pelaje blanco húmedo de mar pasea toda la luz en su lomo.
Trini y la arena.
Trini y el sol.
Ella un nacimiento que da vida a mi ocaso.


La morena corre con toda la vida en sus músculos. Su huella en la playa escribe historias de tribus, caciques curanderos.
Su ritmo es como una fiesta de espuma, como la danza del sol de mediodía.
Hay noche en su piel; noche de luz.
Ella corre y sonríe el mundo.


                                                                                                 Para Fresita

No te he buscado para llorar mi pena, ni para decirte que nos esperan los árboles, ni para que duermas conmigo el sueño de este día.
Sabemos nadar en el gris de una nube baja y espesa. Sabemos de la sal. Del mar que no se queda.
No te he buscado para que atrapemos olas o playas furiosas (tú enfrentabas el océano ¿recuerdas?).
Sí hubiera querido que estés aquí para renovar el sol de la esperanza porque hoy me duele el viento.


GAVIOTA

Viajera del sol. Tu libertad hace hogar en mi pecho. Eres el misterio, tú, el mar, esta luz increíble reflejándose en las aguas. La voz del cielo y los colores de la vida embriagan el deseo de vivir. Esto es la magia, reflejada en tus alas del color de la pureza.


Amenaza el bosque amado, amenaza con un amor gris, desconocido.
Una niña grita, se desgarran los troncos de los árboles; los pájaros se doblan, se bifurca la procesión de hormigas.
Un rayo alerta sobre incendios y una mariposa nocturna brilla entre nudos de raíces.
Apocalipsis en otoño. Dios vencido, llora.


Diario imaginario
7/2/2013
23,30

Su cuerpo alcanza unos cuarenta centímetros desde el pie del jazmín del país.
Noche. Aroma intenso que trae imágenes de puertos construidos en la niebla.
La luz de la galería, indecisa y tenue, salpica las hojas y los nuevos brotes.
Ella eleva su hocico blanco hacia el nivel más alto del muro, mientras una luna inmensa que destila amarillo, domina luciérnagas, despierta gaviotas, baña mariposas silvestres, que, ajenas a todo, danzan el corto tiempo que tienen escondido.
Atenta y rápida escucha un leve croar entre lobelias, una vocecita de duende sobre la raíz de la parra. Tensadas sus orejas escruta las sombras sin un solo descuido. Mientras, las estrellas, escriben las claves primordiales de todo el Universo. Una dulce y resignada angustia me invade cuando recuerdo la finitud.
Contornos difusos, cuerpos huidizos, desconocidos insectos, forman tramas de reflejos que salpican, etéreo, la oreja de elefante. La claridad de la farola cerca de la reja baña la rosa china.
Y ella -la de lomo blanco, espuma de mar eterno- , va y viene entre las plantas que trepan la enamorada del muro. Ella, que trabaja incesante olisqueando la vida, con sus ojos de almendra madura, con la savia de la juventud en su belleza.
Noche. Verano, Cálido aire de febrero. El mar a dos pasos y la luz en el vientre nocturno. Líneas que crea la magia en la dama de noche.
Surge la espiral del mundo, los meridianos de la vida y de la muerte. Ella salta y corre. No conoce finales. Es feliz.




Imagino un planeta sin seres humanos. Playas sin muelles, sombrillas, carpas. Montañas sin banderas que flameen hacia los cuatro puntos cardinales. Océanos sin barcos disfrutando el silencio de sus propias olas. Sin puertos, sin anclas.
Imagino la niebla de un día nublado que no cubra rascacielos  sino extensiones infinitas de arena.
No hay petróleo en el mar; nadie perfora la tierra. Bosques sin talar donde cada vida cumple su ciclo de muerte y resurrección.
Imagino praderas sin cárceles para animales.Un acantilado sin un alguien que escriba estas palabras y llore.


Este reloj pretende la partida. Partida lenta, casi inocente como el color de los naranjos. Así, casi suaves, dulces, estas agujas cruzan números de tiempo para exiliarme de la esperanza.
Me rebelo; aprieto la furia y juro sobre una batalla perdida antes de tiempo. Crucifico la finitud.
El reloj pretende la partida. Exiliarme del mundo, de las estatuas de asombro, de tus manos que ya no recuerdo, de los pájaros…del color de los pájaros…

Los relojes mueren si no hay luz. Entonces tomo el sol de la ventana, lo escondo y lo llevo bajo los huesos de tu nombre.



Querido amor, tal vez te has dormido en medio de un sueño, o te has quedado en la estación donde las mariposas tienen alas de piedra. O te escondes delante de mis ojos para que no te espere.
Es posible que estés en el olvido, allí donde hay un color áspero del que no sé el nombre.
O tal vez estés caminando sigiloso por mi nuca y por mis manos.
Querido amor al que tanto quise tener entre los brazos de mi vida.
Tal vez te escondiste en una gota de lluvia extranjera para nutrir la tierra que brota de mi sangre.
Amor de remiendo y zafiros.

Querido, amado amor.


                                                              a mis hermanos de la vida

 Toma la copa, hermano.
Sé que hay un mundo de sombras que nos sigue de cerca;
arenas cansadas y cielos quebrados que temen a la muerte.
Hay un gemido de gaviotas que se adorna de ortigas y abarca los mares.
También lámparas y campanas sordas. Ojos apagados de tanto mirar lejanías y tal vez, una cruz horadando la esperanza. Toma la copa.
Se escucha un extraño sonido de árboles que crecen en la mitad del mundo.
Vibra el llanto de alguien que perdió el calor de las palabras.
Creo que juntos podemos recorrer el sueño de los duendes y que de la mano podemos caminar sin miedo por toda esta tristeza.
Aún podemos, hermano. Bebe: la copa tiene vino, miel y luz. Tómala  porque a pesar de todo en algún lugar, sigue naciendo la vida.




Amante que compartías desayunos en la época del sol,
(todo el de Marbella en tu piel), te siento todavía y te recuerdo con tus gafas oscuras nadando en la luz.
Vuelve tu rayo de impermanencia amarilla; vuelve tu ardor; tus entregas.

Aquel tiempo se quebró en el almanaque.

Por eso se mueren los pájaros.




Esa nostalgia de mí piensa las fotos del recuerdo, la felicidad de lo que fue. Me unge de una cansada tristeza y llora un sol que se ha enfriado.
Esta nostalgia de mí, ama el amor, la vida; mira aquellos caminos; se agita el viento en sus ojos. Contempla los días que ahora están lejos, la paz de mediodías, aquellos árboles amados. Un escozor de lágrima se delata en su pupila.
Me mira como a una extraña que no encuentra lugar. Me desconoce.
Esta nostalgia de mí, siente pena porque ya no.


La memoria me trae soles de juventud. Aquella mujer que era yo tenía pasión en los ojos. Fuerza custodiada por proyectos. En sus dedos había llamas de sílabas, diferentes mares de luna: lunas morenas, rojas; otras  construidas de hechizos.

Un día, fue a visitar el lugar donde dormían los crepúsculos.

Una noche brindó por las piedras que siempre reciben las olas y traen a la arena mensajes.

Creo que una vez durmió con las palomas; se casó con el misterio y el amor le llegó en forma de caminos.

Fue largo el sendero y corta la vida.

Hoy yo, aquella que fui, en lugar de manos tengo, todavía, algunos destellos de  verano y una cierta nostalgia en los recuerdos.

 



                                                                                    para quienes amé

 

A la hora del Angelus, a la hora en que el gris de la tristeza se transforma en oscuridad. En que el pájaro estuvo y se fue, como juré un día.
Esa misma en que la soledad se transforma en dolor, soledad disecada en paspartú. En que las campanas destilan vino agrio y el aroma de los tilos no alcanza a renovar las ganas de vivir. En la que nace el trozo de nada en que se ha convertido la noche, en esa hora descanso y vuelven sus vidas desde otros mundos, a sostener la mía hasta su hora sagrada.

 


Los ojos de Fresia

Si pienso en la palabra “sol” estoy en la ternura de todos los que amé: ladridos, sonrisas, trinos, mediodías que hacen jóvenes los sueños.
Si alguien me habla y me dice “mar” estoy en aquella playa donde la felicidad era cada destello de amarillo, donde las dunas eran un paseo por la dicha.
Si alguien conversa y me dice la palabra “noche” estoy en la libertad silenciosa de la creación de poemas.
Si leo “tristeza” estoy en el mundo de la nostalgia.
Si susurran “soledad”, en el misterio de la vida.
Si me hablan de los ojos del amor, entonces tengo la visión del infinito.



a mis hermanos de la vida

 

Toma la copa, hermano.
Sé que hay un mundo de sombras que nos sigue de cerca;
arenas cansadas y cielos quebrados que temen a la muerte.
Hay un gemido de gaviotas que se adorna de ortigas y abarca los mares.
También lámparas y campanas sordas. Ojos apagados de tanto mirar lejanías y tal vez, una cruz horadando la esperanza. Toma la copa.
Se escucha un extraño sonido de árboles que crecen en la mitad del mundo.
Vibra el llanto de alguien que perdió el calor de las palabras.
Creo que juntos podemos recorrer el sueño de los duendes y que de la mano podemos caminar sin miedo por toda esta tristeza.
Aún podemos, hermano. Bebe: la copa tiene vino, miel y luz. Tómala  porque a pesar de todo en algún lugar, sigue naciendo la vida.





Sol. Octubre. De mañana. La luz trae belleza. Una brisa que parece piel de ángeles nuevos. ¿Recuerdas, claridad, el calor penetrante de la vida, aquella que eras tú cuando era yo? Las horas, el verde de los sueños, los proyectos. ¿Recuerdas la fuerza en la sangre?
Todavía una lluvia celeste repica en estos ojos muertos.


Ni agua ni sed. Nada.
Sólo una sensación de pena en rincones, esa que deambula por la vida ya vivida. La que como un torrente lleno de ímpetu choca contra muros y tiene como único camino el regreso.
Ni hambre ni espiga. Nada.
Sólo este atardecer callado, muy quieto bajo el sol moribundo que no se atreve.
Y por piedad un aroma a pasto que recuerda la dicha. Y la primavera tan distinta de todas.
Ni sombras ni amor. Nada.
Sólo este silencio de paredes y recuerdos.


para quienes amé

A la hora del Angelus, a la hora en que el gris de la tristeza se transforma en oscuridad. En que el pájaro estuvo y se fue, como juré un día.
Esa misma en que la soledad se transforma en dolor, soledad disecada en paspartú. En que las campanas destilan vino agrio y el aroma de los tilos no alcanza a renovar las ganas de vivir. En la que nace el trozo de nada en que se ha convertido la noche, en esa hora descanso y vuelven sus vidas desde otros mundos, a sostener la mía hasta su hora sagrada.


Encuentro

Vinieron con sus historias, que son las mías. Historias de mis raíces. Contaron sus rayos de miedo, emociones. Contaron amores y acerca del cansancio. Tenían los ojos acuosos de los viejos. Las manos con manchas marrones; sonrisas que albergaban el brillo de la juventud. Yo miraba el sendero que habían recorrido y encontraba mis pasos; los veía a ellos con la muerte en la piel y algo que les nacía en forma ineluctable.
Éramos cuatro cobijados por todo el tiempo de dicha, esa dicha viajera que siempre, juntos, intentábamos tomar.
Ellos vinieron. Traían un calendario en la boca; un cementerio en la garganta de vino y luciérnagas. Y luego…luego, la vida. Ellos, los míos. Los míos, vinieron. Mis raíces. Mi eternidad. 


 

época en la quisieron destruir el parque Las Heras

 Una lluvia enferma cae sobre la desolación de los pájaros. Gotas de frío buscan los lugares en los que fuimos dichosos. Cemento y chapa nos roban esa felicidad de pastos y árboles que tanto hemos amado. Esos árboles, que tienen escrita en sus ramas la historia de sol que vivimos en un tiempo de alegría.
Hoy todo es  baldío. Almas también baldías, muertas que a pesar de todo no perdieron la paz.
Cemento y chapa nos roban  un pasado de estrellas, cada raíz que esconde, todavía, los rostros del amor.
Hoy la tierra tiene sabor a intemperie. Plaza Las Heras en un Buenos Aires ahogado en veneno.


 

La encontraron en la plaza; trozo de barro y pasto en las mejillas. Con la nostalgia escondida en el regazo. Tenía signos de haber abrazado la tierra. Su ropa se adhería al cuerpo húmedo de grillos; una luz opaca en sus ojos; promesas derretidas que hablaban desencuentros. Un amor sin amor que fue todo en su vida. Exiliada de ese amor la encontraron. Los labios húmedos de un rocío fresco.

Ella cantaba una canción en un idioma imposible. Su sombra ocupaba el hueco donde dormía el olvido. La mente prisionera y el mirar perdido.

La encontraron acompañada de sueños. Con grillos, pasto, gotas de noche.

 Sí; era de noche.

Primavera.

 


   

Te busco, amor, en la vigilia y cuando duermo. En el pasado de mi vida, en el a-tiempo. Recorro gaviotas que me han prometido una respuesta. Golpeo soledades por si acaso sean tu escondite.

Y la sangre, la sangre de estos puños lastimados. Desde la biblioteca Pablo me ofrece veinte poemas que te nombran. Pero sigue el silencio.

Te busco, amor, en la pertinaz indiferencia de los días. En el dolor. La mordedura.

En la inabarcable zozobra de todo lo imposible.

 


  

Sobre un cuadro de Remedios Varo: Phenomenon

 Desconfiado y solo, el hombre camina por calvarios de piedra. Hierofantes lo observan desde la tempestad del cielo. Verdes sentencias llenan de musgo sus pasos.

Una mujer lo espía desde la casa de la muerte. Roja, muy roja como la sangre de la piedad.

Al borde de la vida se sienta, desconfiado y solo.

Recuenta calendarios, códigos antiguos. Debajo de las piedras su bastón lacera los secretos.

Desconfiado y solo va a dormir entre castillos de tierra y sueña otras razas.

Su sombra se ríe de su cuerpo hirsuto. Árboles lejanos reflejan el invierno.

 Una dulce agonía tiñe de colores la soledad.

  


 

El vino barato es una ayuda inmoral para desdibujar tu rostro que no cesa de golpear en el costado oscuro de mí.Una cinta celeste cruza mi pupila y mi boca se llena con los abominables insectos que roen tu recuerdo.

En la esquina, la desolación va en colectivo y un rancio dolor duerme en los zaguanes.

Ahora me has olvidado. Ahora todos los barcos agónicos que cruzan finisterre llevan una carga de tristeza. Ahora no me recuerdas como cuando nuestras palabras hacían el amor.

El vino barato cierra mi pensamiento y un agrio dulzor mezcla el aire y la noche. Dónde tu rostro de nieve? La poesía de tus labios, ¿dónde? Hay una amarga ternura encerrada en mis manos. Un túnel de humedad de abeja incitando a partir. Un sol de lluvia en el final de la desdicha.

El silencio clava una espada de labios cerrados. De miradas en condena. Enhebra culpas por no haber acariciado tus manos irreales. Por no haber gritado el amor mientras te daba todas mis lágrimas.

El vino barato cruza el sol del primer día en que te vi. El gris da vuelta las hojas de los días. Y te amo.

 


 

En esta noche tan sola, tan libre de gravedad, con tanto verano en la sangre, te recuerdo. Así, en el centro de la eternidad, en el centro de tu ojo donde la lágrima es cielo y es el círculo de una estrella y es todo y nada y la vida y el miedo.

Es en esta noche donde Dios se esconde y lo busco. Lo encuentro y mi pregunta dice dónde estás, quién eres, dónde te vas cada vez que te pienso.

Qué azar te llevó consigo.

Cuál es tu mundo.

Dónde vives.

En esta noche tan sola, la sola te recuerda mientras un barco parte para siempre.

 


 

De un cuadro de Salvador Dalí : Cráneo atmosférico sodomizando a un piano de cola.

Llega la bestia. Sus colmillos de fuego dejan sangre en la playa. Los dientes de granito corroen la música, el canto de las olas, los coros fantásticos del convento donde anidan desterrados.

El trueno astilla las nubes y peces rojos brotan del fondo de todos los abismos.

Un hombre y su sombra velan la tormenta. Encierran tras los muros el viento apocalíptico.

Las barcas encallan en montañas de muertos que murieron dos veces.

Y llega la bestia. Con su cráneo de azahar y veneno. Levanta el labio de la música para que se llague su boca. Con cuchillos de hueso carcome la canoa.

El sol derrite su amarillo y nace un mar con ese nombre.

Una prisión en las aguas.

Un hombre y su sombra.

Ese agujero pertinaz sobre la vida.

                                                              


 

Cuando llego al bosque eres el aire. Allí apareces con toda la fuerza de la espiral del mundo, amazona, compañera salvaje que llevas en tu pulso el del amor, savia de siglos de una especie nómade ebria de raíces. En el silencio de sombras una siembra de luz florece el porvenir.

Cuando llego al bosque los mensajeros del cielo enmudecen . Mi corazón, niña mía subterránea, mi corazón…hierba de mar en tus aguas dulces.

 


 

Querido amor, tal vez te has dormido en medio de un sueño, o te has quedado en la estación donde las mariposas tienen alas de piedra. O te escondes delante de mis ojos para que no te espere.

Es posible que estés en el olvido, allí donde hay un color áspero del que no sé el nombre.

O tal vez estés caminando sigiloso por mi nuca y por mis manos.

Querido amor al que tanto quise tener entre los brazos de mi vida.

Tal vez te escondiste en una gota de lluvia extranjera para nutrir la tierra que brota de mi sangre.

Amor de remiendo y zafiros.

Querido, amado amor.

 


Que el miedo sea, acaso, una embarcación con rutas del color del futuro. Un navío con marineros de arcilla, con rostros de tormenta que traen la música del comienzo. El miedo, ese que se aferra a la intemperie de una lluvia de ojos tristes.

Conocí una mujer, dije, ahora, que tenía ballenas blancas en las manos. Manos de océano. Anillos de oro en el corazón.Dormía en un lecho de guijarros y pájaros de miel soñaban por ella. Temía el futuro; sentía el peligro del amor mientras amaba. Que el amor hería, dijo, pero que nunca dejaría de amar.

Desde alguna sombra, yo intentaba conjugar su miedo con música de vida.

Ella tenía faroles en los ojos y un sabor a eternidad en la boca.

Conocí una mujer, dije, que sangra el cielo en las palabras. Creo que está lastimada de invierno, como yo.

Ella escribe en los pájaros, en el agua de los estanques, sobre los gestos amados de sus muertos.

Extraños seres vigilan en la noche.

Mientras, debajo de mi almohada, una nube azul.

Sobre el deseo un desierto donde siempre es primavera.

Y la pupila en el fondo de la piedad.

Y alguien que nombra como siempre, el silencio.

El fuego, sobre sus labios.

Que el miedo no sea música negra para el futuro.

Que la herida no.

Que esta mujer conmigo.

Que esta mujer en mí.

Que la dicha.

Que el amor.

 


 

Sobre un cuadro de Picasso: Bebedora de ajenjo 

 Llueve hielo. A las dos de la madrugada, un aire espeso se licúa en sombras.

Ella atraviesa una antigua tempestad, una arcaica desolación.

Su impermeable, de agua. Su cara, espesura arrítmica y triste.

En los bolsillos entibian violencia sus puños cerrados.

Sal en sus ojos de bestia atrapada.

Entra al vacío. Sube en ascensor. Abre la puerta de su templo con la llave de la noche (aunque recién atardezca en sus manos).

Ella entra al naufragio. Enciende la luz. Cierra la puerta. Ve lo de siempre: la biblioteca con libros dormidos, fotos que entregan un momento que fue. El televisor. La mesa con papeles mezclados. El teléfono mudo (o que anuncia lo que no se quiere oír). El escritorio con la computadora tan gris como su tiempo.

Deja su abrigo sobre el sofá. Mira el balcón que habla de otra larga noche con heridas de invierno. En cualquier parte arroja lo que trae en la mano.

Va al dormitorio y en el espejo descubre cadáveres que sueñan. Gira sobre sí. Vuelve. Se sienta. Toma un cuaderno. Lo coloca en un nivel más bajo que la superficie de la mesa. Mira varias veces hacia la izquierda como buscando algo que no. Por momentos, sonríe. Toma una actitud pensativa. Luego, seria.

Se levanta. Va hacia la cocina. La canilla gotea. Un plato fuera de lugar.Toma una botella. Vuelve con un vaso.“Suicidio”, escribe sobre una servilleta de papel.

Sirve. Murmura sonidos errantes. Comienza a beber.

 


 

FINITUD

Los días se demuelen. Terminan siendo arenilla de cielos, hojas, sol derramado en los confines de los insectos. El silencio es un conjuro de piedra y acantilados. Los puños del mar no alcanzan la ira suficiente para cambiar el mundo. Se esconden las gaviotas y los barcos se hunden para huir de la intemperie. La dama de noche oculta su perfume. La luna se aquieta y el lucero parece una bengala inmóvil en el revés de la eternidad. El tiempo se hace añicos mientras perdemos todos los futuros.
En esta casa en la que estoy por un azar extraño, en la que me visitan chimangos y torcazas, perros que duermen en el brillo de la noche, en esta casa, el amor me ha perseguido y dado alcance.
Algún día será, seremos, parte de la arenilla, de los residuos de la demolición, del brutal alarido de los gatos.



Él no volverá. Tiene las manos prendidas de un sueño. No volverá. Es mucho el hogar que lo cobija. Por sus calles, los faroles alumbran la nieve y un aroma a hierbas del norte invade la casa.
No ha de venir. Yo soy el pasado. Soy el dolor, que, de tan viejo, se ha quedado, como yo, solo.
Él no volverá porque aquí ya no es su vida.

No volverás, amor. Mis manos frías aún te buscan, ciegas, entre las brumas de aquel invierno.




Amante que compartías desayunos en la época del sol,
(todo el de Marbella en tu piel), te siento todavía y te recuerdo con tus gafas oscuras nadando en la luz.
Vuelve tu rayo de impermanencia amarilla; vuelve tu ardor; tus entregas.

Aquel tiempo se quebró en el almanaque.

Por eso hoy se mueren los pájaros.




Algo entró en mi ojo. Un acantilado, un pez, arena. Tal vez una gaviota.
Se nubla mi vista. La visita se clava entre mi párpado y mi adentro. Me lastima ese pasajero. Creo es un barco que huyó de maremotos, de tiburones, de la nostalgia. O un arpón asesino que perdió el rumbo. Tal vez la caricia equivocada de un delfín.
Algo entró en mi ojo que llora imparablemente este dolor.

 



Hay una casa en mi mano donde un hogar a leña abriga la ternura. La alfombra sostiene dos cuerpos desnudos que celebran la vida.
La casa en mi mano tiene el tamaño del océano y por sus paredes brotan bosques que ocultan.
Un horizonte de barro se ve por sus ventanas.
El cazador la descubre. Bella en la mira de su rifle. Bella mi vida, en su finita eternidad. Certera la bala en el centro del vivir.

Hay una casa en mi mano, destruida, intacta, como el amor roto. Como el destino.



La bruja. La que me acecha en los roperos de dos siglos. La harapienta dulce y malévola.
Ella, que dormita en mis uñas agrediendo mi sangre. La de pómulos grises y filosos. La que parece un ángel ungido de locura.
A veces comparte mi almohada. Otras, le hago el amor. Gime desde todos los infiernos ahogada de placer.
Es miel agria su boca y sus dedos queman con su frío.
La bruja. Incansable, fiel, compañera de vida.
Yo le brindo esta noche para que nunca se arrepienta de estar a mi lado.
Finalmente, he comprendido: la vida, una lujuria perpetua entre sus brazos de fuego.



 

A DUNA

Antes del cielo, la lluvia era blanca. Eran blancas las ramas y las hojas goteban sol del caliz primordial.
Yo entraba a tus pupilas rodeadas de almendras y juntas mirábamos las piedras florecidas, los peces que repartían agua en cuencos de papel, las liebres, también blancas que nadaban a saltos entre árboles de mica y uvas.
Antes del cielo, había más colores que después. Había más aromas; girasoles nocturnos desprendían luz de mar y colinas.
Yo te tomaba en mis brazos y crecían retamas y mariposas en la playa serena. Luego corríamos las estrellas que bajaban para posarse en la noche.
Antes del cielo bebíamos los maduros, dulces frutos de la felicidad.

Hoy, bajo este cielo anciano, en una soledad de oscuro, me apoyo en el bastón del miedo mientras mis ojos atraviesan esta ventana con vista al dolor.

 

Ella, la nuevamente bendita, la muerta que duerme su muerte y vela la eternidad. La que esquiva cuchillos nacidos entre los rancios dientes de la amargura. La dulce criatura que visita en sus paseos nocturnos, los árboles testigos de lo que es y no quiere, de lo que quiere y no llega, de lo que desea y se distrae.
Ella, la nuevamente bendita, fue vista por los pájaros de la noche encender un cirio hecho con un trozo de cielo. Fue vista orar, su cabeza cubierta de tules color tierra. Ella, que olvidó las palabras de todos los ruegos. La que pintó con tinta roja las mejillas de Dios.


MARLENE, GATA BLANCA EN LA VENTANA

Ella vivió en Bubastis hace un día largo como el invierno. Hoy aquí, su pelaje semeja las sedas de Turkía.
En los ojos glauco-azules, el mar.Todos los colores de Dios.
Ella mira más allá  del otoño y recorre inmóvil, con su hocico en alto, los aromas de la nostalgia.
A su costado, un precipicio de escaleras divierte la mañana. Su mirada arroja besos filosos a los pájaros del delta.
Soberana, imponente, descendiente de Bastis, sigue siendo la “Señora del Este”. Hija de Isis y Osiris, fusionada con Sejmet, --quemadora de condenados-. Reina sobre todos los despertares del mundo. Esparce su blanca belleza por los escalones, como otrora por la antigua casa de Bastet.

 

Aquí estoy, futuro, mi vida abierta
hacia tu sombra.
Aquí, expuesta con paciencia y con reposo.
Te espero sentada en la penumbra de los libros.
En este cómodo sillón hecho de palabras.
Entre fantasmas que flotan
en la enorme biblioteca.
Aquí estoy, frente al ventanal, futuro;
aguardo tu visita.
Más allá el campo con frutos y fatiga.
Más aquí, un sendero, esperanzas y dolores.
En mi taza de café nadan promesas
y sobre el escritorio arde
la vela del renunciamiento.
Aquí estoy, futuro, pequeña que fui.
Infinitamene anciana, ahora,
con el faro que sólo alumbra
el interior del miedo.
Ven, futuro, vacía el cántaro de mi existencia.
Otro tiempo llega.
Inexorable.

 



LOS COLORES

Un círculo. Los colores entre ellos se observan. Se dilatan y bordan.

El verde escribe la amargura, el negro borda la esperanza. El blanco

persigue el pecado.

Algunos  amarillos enhebran hilos de plata y hay plateados que dibujan hilos de oro. El rojo estampa una paz tranquila y el azul, calderos de fuego. Pero hay un color que se nutre de sí mismo, permanece con sus manos inmóviles que aferran el río: el marrón de las aguas, de la oquedad, de los marineros sin rostros que nunca se quedan. El marrón de toda la tristeza, de todos los domingos. El que invade sin piedad los rincones del mundo.


 

El vaso de leche. Una espesura de cielos blancos a través del vidrio. El sabor fresco. Un tacto de luz y un lago de pureza inefable, circular, con su centro de tierra primigenia.
La espuma, islas repletas de misterio, plantas colgantes en los balcones de Aranjuez.
Una fuente de magia desaparece la tristeza. Invita a sumergirse en un sueño límpido.
Este sol que perfora el cristal y me envuelve de calidez.
Las violetas de los Alpes que sonríen poesía.

Alguien, desde un nombre me llama.




Encontrarte a través de una carta es alegría para un lugar vacío. Tú, en la orilla más lejana, con rostro de neblina y nieve, hecho sal, recuerdo. Los dos con el océano ahogando nuestras manos. Manos que ya no se tocan y remontan vuelo hacia el centro de la tierra.
Tú, con tus ojos llenos de invierno y otoños sombríos. Con la oquedad que nos dejó la partida del amor. Y esta carta ahora, después de navegar siglos, aquí detiene su viaje.
Un perfume a lejanía ocupa tus espacios. El silencio de tu voz me espía desde el recodo más cercano de la desolación.
Se extraviaron por la playa primaveras que vivimos y en el cielo se perdieron nuestros nombres. Pero aquí tu carta, cuando había decidido no esperarte, no buscar...porque..." "Buscar" "no es un verbo sino un vértigo. No indica acción. No quiere decir ir al encuentro de alguien sino yacer porque alguien no viene". *



*Alejandra Pizarnik




A la mujer que fui


Yo te vi en mediodías ardidos de verano
cobijada en el frescor de sombras y de ramas.
Te vi tejiendo anillos con la felicidad
mientras cerrabas pactos de infinito.
Con la boca dulce, te vi, llena de verdes.
Danzabas sueños hechos de paisajes.
Eras colibrí que libaba en el amanecer más hermoso.
Bebías palabras, escribías poemas.
Te nacieron libros -¿recuerdas los años?- .
Te llenabas de pupilas tatuadas de cielo.
Yo te vi sentada junto a la alegría;
correr en grandes círculos jugando al mundo.
Regalabas frases; perseguías insectos invisibles.
El día te estallaba de luz perfumada de voces.
Ella -la pequeña de pestañas blancas
y mirada como almendras- ,
olisqueaba el aire, la vida, el pasto.
Las otras volaban, rodeaban tus libros, picoteaban arroz.
Te vi rodeada de amor en tardes que partían.
Te vi en invierno, cálida y feliz.
Recogías en otoño hojas escarlata y admirabas su belleza.
Te sentías plena con los brotes de septiembre
y con lluvias de octubre bordabas la dicha.
Te vi plácida entre árboles junto a la eternidad.
Sí; yo te vi. Eras mucho, mucho más
que esta pobre mujer que hoy esconde sus ojos.
Mucho más que esta tristeza.




Seré la luz
que esplende
por todas las penunbras.
El invierno
de cada enamorado.
La erosión del mar
en las piedras solas.
Las tempestades
que golpearán raíces.
La noche plata
sobre un callado océano.
Aquellas vacaciones.
Aquel viaje.
Cada tarde vivida entre la lluvia.
Seré
las huellas de la playa
en otros mundos.
La sal de los orientes.
Lejanías de puertos y leyendas.
La extranjera errante.
Aquella que encuentres en tus pasos.
Seré todas las cosas.
Seré el olvido.





El hombre del sombrero pasó por el mismo lugar, a la misma hora, por la misma vida. Pero hoy los árboles lloraban, los perros proferían aullidos que goteaban sangre, mi sin-nadie estaba aún más solo.
Piaban desde las ramas seres ocultos; la tristeza se agolpaba en el cielo. Había nubes que escribían lluvia y una niebla teñía de gris el mediodía.
Wanda, la cachorra, jugaba en mis ojos. Fresia atendía el mundo con una bufanda de pájaros que la protegían del frío. Había un bosque si miraba la altura. Algo rojo encendía el paisaje.

Hoy me pesa la eternidad.
Una selva negra en la raíz de mis manos.




Te recuerdo con tu abrigo marrón, tus párpados entornados, el diario, el café. Eras como un verano en fuga ardiendo entre mis manos. Como un recuerdo que viaja sin caminos a un lugar sin muerte.

Te recuerdo con rumor de aviones que te llevan lejos. Tu abrazo rojo; tu estar ausente. Muros con gafas que dividen la vida.

Te recuerdo en el silencio fortuito de las hadas y se aclara el cielo, estalla la belleza.

 
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