Comentario de Susana Cattaneo sobre el libro de María Chapp:


"EL OJO PEREGRINO"

Como poetas sabemos que hay un Portal que da al país del Misterio, a la eternidad tal vez. Y así, como poetas, tenemos un destino: llegar a él, a esas puertas y traspasarlas. El camino no es fácil; hay nieblas, dudas, porque de aquel costado del mundo no tenemos certezas. Hablo de lo inefable. Y a la captura de lo inefable va es ojo peregrino de María Chapp. Ese ojo no deja resquicio interior sin revisar. No se contenta con el yo del “apellidonombreprofesión”, “rasgosvisiblespersonalidad”, como dice la autora juntando las palabras al escribirlas. Explora profundamente lo humano, nuestra condición, nuestra esencia. Nos lleva por un lento sondeo del propio yo y obliga al lector a no escapar de sí mismo; lo obliga a rescatar ese instante de percepción luminosa que lo integre con su interioridad.

Nos dice María: “¿existe la propia vida? ¿o todo es la gran vastedad, eterno baile y uno existe cuando toman forma secuencias de relámpagos”? Vemos que también toma como herramientas sus dudas existenciales. Nos hace preguntar qué somos; ¿acaso perpetuos en el Universo? ¿O sólo fugaces relámpagos condenados a la finitud? Se me ocurre pensar que ese ojo no deja de buscar respuestas, respuestas que lo protejan de la demolición de los días.

Recientemente hablamos de lo inefable; la poesía lo contiene, contiene esas no palabras pero también un poema está construido con palabras. Debemos agregar para no ser incompletos en lo que decimos, que también contiene silencios y si observamos bien es en esos silencios donde María pronuncia lo cósmico.

Quiero nombrar el poema que ella titula “Un templo en el cuerpo” porque allí, una vez más, nos muestra su capacidad de creación y expresión. Es un viaje al interior de su cuerpo transformado en ámbito sagrado donde al decir de la poeta se encuentra “la gracia algo de cielo en esta tierra”.

¿Dónde ocurre “El ojo peregrino”?. No es en la ciudad, ni en los altos edificios, ni en los puentes ni en cualquier barrio. Ocurre en la interioridad de la autora, en ese destino que todos los que nacemos debemos recorrer, a decir de ella, ese destino que es “un largo río ciego”, un destino de dolor.

El libro está escrito con un lenguaje -punto capital para evaluar toda poesía- de certera espontaneidad, sensibilidad y lucidez a flor de piel, propia a extenderse sobre la satisfacción creada, bajo la cual se agazapa el ser mortal del hombre y su angustia imperecedera.

Mientras recorría las páginas me vino a la mente la representación de una carta del Tarot, el Arcano Mayor número nueve, que es El Ermitaño. Representa a Saturno, a un viejo sabio que va alumbrando el sendero con su farol.

En cada poema, Chapp toma una lámpara, ese ojo-lámpara que bucea por recovecos y laberintos del mundo de su interior, que es también el de cada uno de nosotros.

Ejemplo de esto nos da la belleza de estos versos:

“¿te encontrarán despierta / cuando cante el gallo / en el amanecer del trono? ¿Entrarás en ti / en tu hermosura?”

La autora cruza la línea del vivir; pasa a otro cielo donde ella sabe que está la paz, un cielo que está lejano a este mundo donde mutamos permanentemente en un mar de causas y consecuencias.

Y también recordé mientras leía, a Susan Sontag cuando habla de la conjugación del arte como acto de seducción y no de rapto. Este libro seduce porque nos lleva a un lugar parecido al paraíso, lejos de lo racional e intelectual. Nos lleva al sosiego.

Dice Gotfried Benn, poeta alemán del siglo XX que el arte no se comprende, que deja, eso sí, impresiones y que ellas son la luz del arte.

María Chapp deambula por las certezas, las incertezas, la búsqueda. También por los eternos ciclos de nacimiento, crecimiento, muerte y resurrección.

Dice: “morir cada tanto / bucear en la intemperie / en música de constelaciones / frágil en el hueco / observar / qué hacer con la vida”.

Y en otro poema: “con mi ración de cielo / haré la nueva tierra”.

Hay una revelación de la propia María; se revela y nos revela, nos descubre a partir de su propia proyección. Uno siente empatía cuando recorre los poemas.

Infiero que la auténtica poesía desenmascara, en tanto que el simulador con su arsenal literario puede suspirar hasta el infinito, pero no causa la más ínfima impresión de belleza. Lo que llamamos poesía causa una reacción física, agita la sangre.

Este poemario lo logra; logra la belleza.

Ralph Steadman nos habla del hombre del Tautavel, que era un hombre de la prehistoria, cazador de hace 450.000 millones de años. Ese hombre, como nosotros, sufrió angustia por su comida, su techo, su propia vida. Y dejó inscripciones y tallados. Esos tallados e inscripciones, hoy son reemplazados por el poeta cuando escribe, con sus poemas. A través de ellos, aquieta la bestia. María nos da un ejemplo de ello. Dice: “los espejos sólo muestran el pasado/ aquí ahora/ los ancianos abedules/ el pino sanador/ una palta ofrece/ simples milagros/ el rincón de las estatuas/ tanto invisible amor.

María hace visible el amor y la paz en este libro.

Cada página entrega una pulsación, un instante prolongado repleto de emociones tranquilas, maduras, situado en dominios propios de la autora que ya ha dado muestra de eso en su libro anterior La sed. Ha dado y da muestra de su clara entereza para afrontar la aparente inmediatez que nos rodea y enraíza, a pesar de que desnuda, también, una profunda preocupación existencial que a todos nos concierne. Dice: “vivir duele y cada dolor es único”.

En su escritura la magia es fuego custodiado por los dioses, fuego que no podrá ser robado ni por Prometeo ni por ninguno porque está para alumbrar la noche ilimitada de los tiempos.

A veces me sucede que al nombrar una palabra, o una vocal, asocio colores. Este libro está lleno de colores y le otorgaría el amarillo y el naranja, los colores del sol y la libertad. Agrego, también, que no en vano nos habla de un “pájaro blanco”. Aquí se celebra la vida, que ese ojo peregrino ve muchas veces acunado por el reposo del adentro; hay un cierto acuerdo con lo que entrega el mundo y un festejo de lo vital.

Dice la poeta: “gris…qué importa el gris/ con este corazón en llamas”

En Chapp están estas dos situaciones: cuando se muestra en plenitud, señala también la carencia; cuando está en paz no olvida que hay cosas que intranquilizan. Y cuando se ubica en el lugar de la falta, festeja de lleno la plenitud. Tiene la capacidad de ver el revés e las cosas. Por eso hay claroscuros en sus textos. A veces, cuando el entusiasmo se cae, rápidamente reafirma que este es un bonito lugar para vivir.

Aparecen también nombrados los mantras, la amatista que es un cuarzo de color violeta que va al rosado y alusiones al color violeta propiamente dicho, como dejándonos leer entre líneas su idea de trasmutación. María ha sido siempre para mí una persona que trasmite paz; siempre la veo sonriendo. Ella y el libro son uno sólo.

Borges dijo que lo que le ocurre a un hombre, le ocurre a todos. Este libro le ocurrió a María y por lo tanto nos ocurre a todos. Esta obra es ejemplo indudable de la palabra trascendida.


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