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NO
de Susana Cattaneo
Aquí
está todo: los libros, el
café, las carpetas. El sol
que viaja a través de cuadernos
y cortinas, los posters de Chaplin,
de Lennon, de la Dietrich. El cenicero
desbordando.
Suena el timbre.
- Hola...pasaba y subí...
Y yo, mirándote la excusa
en tus ojos, descubierta. Yo, todavía
con mi sueño de mañana
lenta en los párpados y abrazos
de sábanas vacías
en el cuerpo.
-Te dije que no vengas más...
-mi voz opaca resonando en mi cerebro-.
- Tenía ganas de verte.
Empujás la puerta, me hacés
a un lado y entrás.
Apenas yo despertando de un sueño
nebuloso tardíamente logrado
de madrugada. "Tenía
ganas de verte". Tus palabras
mordiendo mi indefensa lucidez.
Y yo, mirándote con el cigarrillo
a medio consumir, queriéndote
en pasado.
-Tenía ganas de verte...
en serio... me puedo sentar?
Qué absurda hacian tu pregunta
los tres años durante los
cuales te habías sentado
en ese lugar.
Ahora el sol me hiero los ojos.
Parpadeo y la somnolencia se me
transforma en aguda tibieza. No
hay tic-tac audible en este silencio
que creamos, pero mi corazón
golpea. Hay un cairel que estalla
en arco iris.
- Sentáte.
Tu pollera descubre tus rodillas.
- ¿Querés un café?
- Sí... dejáme, yo
lo hago.
De un salto estás encendiendo
la hornalla. Se repite extrañamente
una escena que yo creí haber
terminado para siempre. Te miro
desde la puerta de la cocina. Tu
cintura. Tus nalgas. Tus caderas.
Y tus pies, perfectamente enfundados
siempre en zapatos de taco alto...
¿Por qué fascinaron
siempre tus zapatos?
-Ayer estuve con Julia, aún
no cree que nos separamos- me decís.
- Cuesta creerlo- hay un otro que
soy yo, me da la espalda, te habla
y te contempla.
- ¿Vos lo creés, Pablo?
No sé qué es este
fulgor extraño que tienen
tus pupilas.
Termino el cigarrillo. Lo apago
en el taco de mi chancleta y lo
tiro al suelo. Meto mis puños
en los bolsillos de la bata de dormir.
Me siento dulcemente mal.
-No me contestás.
Pasás a mi lado con los pocillos
llenos. El olor a café es
un viejo conocido con aroma a ternura.
-Hoy es un día hermoso. -
Te digo, estúpido; miro por
la ventana del living, mientras
se detiene en mi cuerpo un tubo
de sol lleno de partículas
volátiles.
- Sentáte, tomá.
Me siento. Te sentás. Enciendo
otro pucho. Cruzás las piernas.
Miro tus pechos grandes. El sueño
se disipa. Ahora estoy lúcido,
aunque sea un instante. El resto
del efecto del somnífero
me lo permite.
-Pablo, hoy podemos cenar juntos.
Ariel no va a estar.
-No...
Te callás, hacés un
gesto de súplica. Siento
que me pierdo. No otra vez. Te miro,
irremediablemente, esta vez queriéndote
en presente.
-Yo voy a pasar a las ocho...si
querés traigo comida y nos
quedamos aquí.
-No...
Apurás tu café. Te
levantás. Me besás.
Y abrís la puerta.
-Me voy a la facu! ...no quiero
llegar tarde. Voy a venir, esperáme.
Ya sabés...a las ocho en
punto. Chau...
Sigo sintiendo tu tibieza en mis
labios. Mis piernas están
flojas. En la puerta cerrada choca
mi
-No...
Tu juventud perdura en mis ojos.
Tu pocillo tiene rouge en los bordes.
La Dietrich me sonríe desde
la pared. Chaplin me hace muecas.
Lennon me canta "Yesterday".
Al lado del vidrio el filodendro
me mira. Tu perfume de almizcle
se mezcla con el olor a café.
Debe ser el sol que ha caldeado
el lugar de tal forma que estoy
transpirando.
Me levanto, yo robot. Me acerco
a la ventana. La manguera en el
balcón terraza parece una
víbora dormida.
Apoyo mi frente en el vidrio.
-No...
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