“UNAS RAMAS MOVIDAS POR EL VIENTO”
 Por Susana Cattaneo


“Unas ramas movidas por el viento” es el título del libro que hoy presentamos y su lectura me permite comenzar diciendo que con él también se movilizan emociones y sentimientos profundos que habitan en el interior de quien lo lee, como si fueran ramas y cada poema, una ráfaga que las mece. Ese viento a veces trae una dulce tristeza, alguna resignación, algún gran dolor porque nos enfrenta a realidades que superan nuestra voluntad. Está dividido en dos partes: en la primera se hace notoria la búsqueda de la causa incausada y la sensación de Apocalipsis; la desesperación del hombre que ve cercana la posibilidad de cambio de un mundo de dolor hacia otro más piadoso y sin embargo ve que el cambio no llega; la segunda nos habla de forma más íntima manteniéndose en todo el libro una unidad que le da cuerpo.
Leer estas páginas es como hacer un viaje donde impera una mezcla de brisas, huracanes, ternuras, nostalgias…y también la sensación de que transitamos un lugar donde nada es seguro. Osvaldo nos habla de incendios que aniquilan , bestias que huyen de sus madrigueras, nos habla de desiertos sin memoria y de planicies arrasadas. Es el poeta en su desesperación, en su estar atrapado en los meridianos del mundo, pero ES POETA y siempre hay para él grados de libertad. Por eso puede decirnos el autor que:
 “hay un ojo inquietante, persistente”. “Un ojo bien salvaje, temerario y feliz”. “Un ojo sin piedad que aniquila a la muerte”.
Él teje en el vacío la trama de la contención, de la esperanza. Con serenidad y oficio de buen escritor, transita estos territorios  de sombras que traen, inevitablemente la luz y la fuerza, fuerza que existe a pesar de la sospecha –o certeza- de que muchas veces el destino no se elige.

Nos habla de cicatrices que dejaron las cosas que ya no están; sin pudor nos muestra sus inseguridades, el sentimiento inevitable que va de la mano de la soledad, aunque haya una mujer, hijos que él nombra y que sin duda son sus compañeros que lo ayudan y en el dolor del ser mortal del hombre.

Nos habla de sus tristezas.
Se dice que la tristeza es tan antigua como la palabra.
En la poesía, la palabra, sigue sin descanso la espiral misteriosa de la vida.
Ese sendero sigue nuestro autor y en su palabra encontramos lo visceral y todo lo referente a lo existencial. Sus herramientas son la excelente transmisión al lector de su angustia, su preocupación por la finitud.

Si César Pavese dijo que la verdadera poesía es la que habla de la vida y de la muerte, encontramos en este libro una absoluta expresión de ese pensamiento.

Su libertad creadora se apoya en su libertad al desnudo: él se muestra desde adentro hacia fuera, sin regateos ni represiones. Todo esto enriquece su escritura donde emerge el talento. Ese talento hace que los poemas tengan identidad propia lo que hace, a su vez, que podamos recibirlos en su total completud.
Y es aquí donde recuerdo que Vargas Llosas dice que los autores de ficción desenmascaran sus “demonios culturales” y los hacen hablar por boca de sus personajes. Osvaldo, poeta, es directo: él es el hombre, el verdadero personaje de sus versos. Esto se ve muy claramente en su poema “Protagonismo”, donde habla de sí en forma absolutamente manifiesta y termina diciendo:
“Soy todos los que he sido. Y seré lo que soy”.

Rossi, como Diógenes, alumbra con su farol en pleno día. Busca desde el principio de todas las edades, la causa sin causa de todo lo creado, lo que no tiene nombre. Pero no teme adentrarse en las sombras y seguir iluminando la intuición por sobre todo lo racional.
Estoy segura de que podemos decir junto a Pessoa en su obra  “El guardador de rebaños”, lo que pone en boca de Caeiro: dice “el mundo no se ha hecho para que pensemos en él; pensar es estar enfermo de los ojos”. Rossi ve con la intuición, el sentimiento, con la esencia misma de todo su ser.

Somos peregrinos de su libro. Seguimos el viaje y continuamos emocionándonos con su palabra.
En un poema que titula “Eslabones” dice:
“quién contestará mis preguntas esta noche/ quién hablará por boca de las voces que callaron/Dónde están los huesos, las reliquias/ los eslabones perdidos de una cadena invisible/…….sin refugio/ sin señales/ interrogo a las estrellas extinguidas”.

Cada verso de este libro tiene las palabras justas, en el lugar exacto. Se ve el ajuste sonoro de las ellas y una constelación propia y original en el plano espiritual que legitimiza esta obra.

A instancia del lenguaje, Osvaldo manifiesta su ser que por momentos aparece desorientado y sorprendido frente a su propia imagen  al descubrirla distinta a través del tiempo, pero no sólo es la imagen del espejo, sino también esa otra que sólo vemos en un acto de verdadera valentía e introspección. Dice uno de sus versos:
 “Yo soy mi juez feroz/ mi condenado”.
Así enfrenta realidades alternativas que lo angustian y le duelen, porque, como dice en otro poema, ya las cartas no son como las de antes; el que él sentía que era, tampoco; la casa que lo cobijó en la infancia ya es una ilusión. Nos dice:
 “Yo sostuve con mis brazos esta casa/ y es inútil mi nostalgia de aquella primavera/un templo antiguo/a medias derruído/conserva en sus columnas/las voces del pasado”.
Me pregunto: ¿quién de nosotros no ha sentido lo mismo alguna vez? Sin embargo, en su eterno estar, la poesía nos rescata por su poder de proyección del deseo, por su poder de libertad. Así Rossi dice:
“En insomnio de labriegos/en talleres/en turbinas/en poleas/engranajes/en barcos/en camiones/en las búsquedas del arte/en las manos del herrero/surge una esperanza”/ “Merecemos la cumbre/con empeño de alas”.

Su poesía no es ríspida ni tiene adjetivaciones superfluas, por lo tanto, al leerla, sentimos que es auténtica, sin estar sujeta a ninguna moda. Trasmite lo que siente y así logra la conmoción del otro.
Crea sus escritos con dibujos impredecibles, con textos de asombro. Nos entrega revelación, sorpresas, sobresalto; la ruptura. La riqueza creativa es una constante que no claudica, no abandona la batalla contra la sequía de la hoja en blanco, no renuncia a los desafíos de la imaginación tantas veces inválida. Todo esto no olvidando nunca, aunque no se lo haya propuesto concientemente, depositar en todo poema un común denominador que contiene sus sentimientos más cercanos a lo existencial.

Con lucidez y a flor de piel el autor se extiende sobre nostalgias intactas; invoca, resignado, el paso del tiempo y nombra universos salvadores en su memoria y en su sentir. Porque las cartas que no están ahora, o la casa de la infancia, o aquel que él fue, en alguna de esas realidades alternativas que antes nombramos guardan su fuerza y su belleza que por su ausencia en el hoy puede remitirnos a la famosa frase de Rilke: “La belleza es aquel grado de lo terrible que aún podemos soportar”. Pero digo, siguen estando en algún lugar y eso es lo que importa.

¿Escribirá Osvaldo para recuperar lo perdido? ¿Es esta la poética de la ausencia?¿Busca con el vértigo del verbo algo de sí que aún no logra saber dónde se ha ocultado? Así, como hemos visto, evoca lo familiar, su sí mismo, aquellas cartas…tal vez para encontrar todo eso que amó. Desdobla su yo poético y se refleja en el que fue. Se enfrenta al espejo tristemente roto de lo amado y busca los pedazos de una imagen en astillas. Se tata de algo que nos sucede a todos; se trata del “nosotros poético”. Rossi tiene conciencia de esa pérdida y sufre y en el dolor crea, revirtiéndolo y transformándolo en esa belleza terrible.

La poesía, esa fatalidad única del lenguaje, en palabras de Paul Celan, lo habita por entero.
Juan Carlos Oneti dice haber leído que el infierno está conformado con los ojos ocupados en mirarnos. Nos remitimos a la idea de un dios distinto del de las tradiciones jasídicas, que no creó al hombre para que le cuente historias, sino para mirarlo mientras escribe. En este infierno, en este mundo por el que pasamos, Rossi participa de la mayor posesión, la de la poesía, cuerpo y eternidad.
Para terminar, quisiera leer el poema LA CARTA.
Borges dijo que lo que le ocurre a un hombre, le sucede a todos. A Osvaldo le ocurrió este libro. Ahora nos ocurre a nosotros. Recomiendo su lectura porque es ejemplo de palabra trascendida.
Gracias Osvaldo por esta entrega.

                                                                          

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