Comentario sobre el libro   ÚLTIMO TANGO EN MALOS AYRES  de Liliana Díaz Mindurry
por Susana Cattaneo.



 El libro “Último tango en Malos Ayres” es de una profundidad y riqueza tal, que tengo que hacer la salvedad de que lo que sigue a continuación no es más que uno de los tantos abordajes posibles.Encuentro una producción literaria donde los temas frecuentes son la locura, el abismo, la sordidez.Al leer estas narraciones es imposible no recordar a Roberto Arlt, en “El juguete rabioso, “Los siete locos”, a Ernesto Sábato, Juan Carlos Onetti, William Faulkner, el Jean Paul Sartre de “La náusea” y Louis Ferdinand Celine con su “Viaje al fin de la noche”, quien nos adentra en  temas  violentos  y amargos. Hay intertextualidad; ya desde el título “Ultimo tango en Malos Ayres” (sólo doy un ejemplo) me remite a “El último tango en París" de Bertolucci en cuyo tema hay también una relación sórdida y erótica frente a la desesperanza. La paratextualidad está dada por cuadros que hay en algunas páginas.
Malos Ayres puede estar en cualquier lugar, igual que la ciudad Santa María, de Onetti. La hilación a través de los epígrafes que describen fotos da unidad al libro y me hace asociar a “El infierno tan temido” donde las fotografías toman un lugar imprescindible.
Hay fusión en el espacio-tiempo. En los relatos las cosas están sucediendo: no han ocurrido ya.
Es un libro que está en contacto con lo post- moderno, en tanto que hay una actitud de nihilismo, escepticismo y de no creer en nada. Hay polifonía, por lo tanto aparecen distintos puntos de vista y también fragmentación del discurso. A diferencia de la epopeya, aquí hay heterogeneidad.

Los personajes, (incluido el narrador) están “fatalizados”. La constatación de que no hay salida gobierna los actos; existe la intuición de que los protagonistas están completa e ineludiblemente hundidos. La lucha contra los obstáculos pasa a convertirse en una empresa inútil; el esfuerzo es estéril y las acciones protagonizadas prueban el principio capital de la fatalidad. Las peripecias son resignadas y están convencidos (los personajes) de que nada se puede hacer o, más grave aún, de que nada merece ser hecho.
En el mundo existencial de ellos, tras la resignación y la angustia están las claudicaciones irritantes y los síntomas de antivida. Los transita el desasosiego, la insatisfacción y el desajuste. Son inmaduros y egoístas pero, sobre todo, soportan las vicisitudes sin energía vital, sin fe. Ante el hostigamiento exterior son escépticos y pasivos; no hay pretexto: para esos seres, el destino o Moira como lo llamaban los griegos es una necesidad desconocida y ciega que los domina. Además están literalmente condenados, por Dante, por Onetti, Liliana Díaz Mindurry. Son personalidades de ficción fatalizadas por sus creadores; no tienen vida real ni escapatoria. Están impelidos por una parálisis y se dejan llevar por sus locuras, por la inexorable subordinación al absurdo. Han perdido contacto con la realidad  y su pesimismo se liga al pensamiento de que nada bueno existe. Han olvidado el instinto de vivir. Son una suma de síntomas discordantes: delirios, actos raros, estupor, desatinos, extravagancias e incoherencias, morbilidad y pérdida de la unidad interior.
Los cuentos son una estructura de vida y de sueños: un mundo loco. Un mundo de la irresponsabilidad, del hastío, del sin sentido y del mal entendido. Todo esto escrito, por parte de la autora, claro, con verdadero arte y manejo del lenguaje.
Las narraciones son un aceptado absurdo-decíamos-. También una aceptada indolencia; el ser humano se arrastra sin fe; tiene obsesiones.
En el texto, las imágenes se acumulan incesantes y crueles. El lector se siente provocado en su sensibilidad y los relatos parecen inscribirse en la tradición de la “literatura negra” (no me refiero a lo policial sino a la aparición en este libro de individuos derrotados y decadentes). Las descripciones golpean, porque, en parte, dejan al desnudo la herida sensibilidad de los protagonistas y a través de ellas la autora busca alcanzar la emotividad del lector.
Son constantes la angustia, la pasión y el derrumbe de la existencia.
Principalmente se observa la degradación de la mujer, desde la frescura adolescente, al sexo y la prostitución; estas son narraciones hechas con ejemplar crudeza. Los personajes, en un mundo donde enseñorea el placer de brutalizar y brutalizarse, no pueden creer en valores.
Las escenas fuertes de violencia parecen constituirse en la norma retórica y asimismo, el escándalo, la fisonomía del desorden y el vivir sin memoria ni previsión.
Las degradaciones patentizan las situaciones; los personajes no se responsabilizan de lo que hacen o piensan; van en un descenso abrupto y final hacia el abismo, hasta un fondo invencible de vileza.
Por si fuese poco, estos personajes se perciben perezosos, en un mundo de sueños, de sueños que sueñan sueños o cosa parecida de pesadilla, de intentos desesperados de evadirse, de ser irresponsablemente libres, de conquistar una verdadera soledad.
Consecuentemente, los ensoñares son sórdidos y en el mundo real de los relatos –según señalamos ya- , se interpolan verdaderamente las ficciones, y, finalmente, la única sinceridad es la fábula literaria, la realidad de la imaginación, de la creación; un territorio fantástico no menos subjetivo que la quejumbre de las agonías contadas, la rendición ante la sorpresa, la abdicación, en fin, de los personajes que terminan por renunciar y aceptar su condición de entes ficticios, de criaturas iluminadas por la autora con total genialidad.
El libro se compone de diecisiete cuentos y diré algunas palabras sobre unos pocos.

 En el primero que lleva el título del libro, los personajes luchan por sobrevivir, luchan y construyen de la nada. Por realidad sólo tienen esa nada que es desesperanza. Hay un constante agujero negro donde estos seres son peregrinos errantes en el caos de la subsistencia. El sexo es un sexo muerto. La vida parece estar cubierta de óxido; los seres son marionetas. El destino es demiurgo de tristezas y fracasos. No está marcado por la casualidad, sino que al estilo de Schopenhauer, lleva la marca de lo que no se puede evitar. Tienen algo prometeico: están encadenados a ese destino.
Malos Ayres se define por el Café Segundo. En él se encuentran seres ominosos: asocio el Círculo Segundo de Dante: la lujuria. En el Canto V se habla textualmente  de “la mansión del dolor”, de “aire negro” y de “aire malsano” ambiente idéntico al de este café.

 Hay un tema recurrente en Liliana Díaz Mindurry que es el intento de demostrar el resultado nefasto de la mentira. En tres de sus cuentos: “Juego de medianoche”, “Onetti a las seis” y “Los dientes del lobo”, igual que en su novela “Pequeña música nocturna”, encontramos personajes que mienten a otros, desencadenando situaciones que pueden llevar a la locura y hasta el asesinato, como en la novela que acabo de mencionar y en “Onetti a las seis”.
Dice el narrador en uno de estos cuentos: “La verdad es una infección”. ¿Será por eso que estos seres mienten? Tal vez, pero lo cierto es que la mentira desencadena la tragedia, la incomunicación y rupturas con la realidad que comprometen en forma definitiva la salud mental y la vida.  En “Onetti a las seis” encontramos claramente cómo el engaño hace de disparador de la locura, y vemos en este cuento, además de muchas otras cosas, sarcasmo, ironía incluso respecto a lo religioso y lo romántico.

 En “Los dientes del lobo”, donde la mentira es el tema central, también hay ironía y una perfecta descripción del ambiente y pluralidad de voces. Hay envío de cartas donde la narradora, hermana de quien recibe esas cartas, se hace pasar por otra persona. A su vez, el hermano piensa que creen que él es otro. Surge primero un clima de seducción y sensualidad seguido por otro donde impera el sadismo. Nuevamente el sexo se liga con la muerte. Algún pasaje recuerda a Pulgarcito, cuando el ogro decapita a los niños.
Aquí aparece también el tema del doble y su relación con lo siniestro. Lo siniestro se da, según Freud, cuando se desvanecen los límites entre la fantasía y la realidad, cuando lo que tuvimos por fantástico aparece como real. Tal es el caso de lo que le ocurre a estos personajes. La mentira se presenta como un juego pero la narradora dice: “Lo extraño es que no reíamos. Era un juego, una diversión, pero no reíamos”. En lo más profundo hay un lazo incestuoso entre los dos hermanos, unidos por este juego siniestro, signado por una “desgracia múltiple” como dice textualmente la narradora.
Asocio la novela  “Rosaura a las diez” de Denevi, donde el protagonista se envía cartas a sí mismo para elevar la estima de los demás para con él, logrando mejorar su vida. Aquí, en este relato de Díaz Mindurry, las cartas hunden a los personajes en la locura.

 En el cuento Alicia, tenemos la visión de un personaje en un manicomio, situación que se define al final. En el principio, lo mágico también tiene cosas siniestras. Vemos, además, el mundo del revés. Me recuerda al cuento de Elsa Borneman “Cuando fallan los espejos” donde las cosas van hacia el pasado, por ej, la lana de la alfombra termina en las ovejas. Y a María Elena Walsh en su libro “Cuentos de Gulubú”, donde habla del mundo al revés.
En “Alicia en el país de las maravillas”, de Carroll, la protagonista es una niña que mira a los adultos de una manera distinta. Es una nena transgresora que no obedece.
Carroll es precursor del surrealismo porque trabajó con los sueños. En el cuento de Díaz Mindurry hay toda una ensoñación que lleva a lo bello hasta que se fisura y todo se disloca.
En esta narración hay mucha sensorialidad: se habla de hedores, de perfume a pan, a dulce de membrillo (olfato); de la piel aterciopelada de Eusebio  (tacto); de papelitos que hacen ruido a vidrios trizados (oído), de eternos caramelos de menta, aludiendo al gusto; un vaso en la mesa que encandila (vista). Surge un tiempo paralelo a través de la ensoñación: se trata de recuperar el paraíso perdido. Dice la narradora: “Hacía frío en esa casa húmeda, pero yo sentía una tibieza”. El paraíso que se busca es la infancia. Hay una frase que me remitió a un cuento de Mujica Láinez “El hombrecito del azulejo”. Alicia dice: “Conté cada uno de los azulejos resplandecientes y noté  uno levemente cambiado”. También hay un paralelismo de estos personajes con los de “Alicia en el país de las maravillas”.
Cuando la belleza de la ensoñación desaparece, deja de haber mundos paralelos y no se puede retornar al paraíso perdido. Todo en forma kafkiana va cambiando: la cara de Zulema se deforma, la del conejo Eusebio, también; el líquido en el vaso cambia de color; las uñas largas y rojas de Zulema ahora son cortas y sin esmalte. Quien narra comienza a sentir que la cabeza se le separa del cuerpo, haciendo una clara alusión a un estado esquizofrénico. Llegamos al final con un último delirio: todo se trasforma en un prostíbulo, la narradora es violada y prostituída (otra vez el sexo es algo desvirtuado y miserable), y todos se ven envueltos, a decir de la protagonista, en un “líquido en descomposición”, una descomposición que se lee ya en el epígrafe en la que el espectador se niega  a que fotografíen los cuentos de la infancia.

 Hoy en día vivimos inmersos en la tecnología, la cual en lugar de disolver la soledad, la ha reafirmado. Chateamos, escribimos mails, usamos el Messenger, pero realmente estamos solos frente a una PC. Los celulares rompen con su sonido conversaciones que tenemos con personas reales que están a nuestro lado en ese momento. Se interrumpen a través de aparatos comunicaciones reales dando paso a las virtuales. La era de la comunicación se transforma en lo contrario y crea gente que va camino al autismo. El stress no nos deja tiempo ni para leer. Sin embargo, si comenzamos a leer este libro, difícilmente se dejará sin terminar. Y sin duda nos comunicaremos comentándolo y recomendándolo.

 

 

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