LA VENGANZA  por Susana Cattaneo

 

El hombre llega en barco desde Algeciras; asciende la colina y llega a la ciudad de Tánger. Sus ojos oscuros humedecidos de odio se pierden en la noche.
Atraviesa la mezquita de Sidi Bu Abid. Sus puños aprietan la venganza. Su cara morena es atravesada por un destello de luna.
En la zona más alta, llega a los patios y jardines de Dar el Markhzen. Desde la plaza de Alcazaba observa la bahía y el puerto. No puede apreciar su belleza. Rojo en su mirada; bajo sus sandalias, sensación de abismo.
Un recuerdo del color de la muerte crispa sus facciones. Entre los pliegues de su túnica acaricia una daga que lleva el frío del dolor. A lo lejos, descansa sus ojos sobre punta Malabata y su faro.
El hombre continúa su camino por calles repletas de bazares cerrados, el mercado rural, carreras de gatos repentinas. Las casas muestran descascaradas paredes por las que cae luz plateada que llega desde el cielo.
Sube escalones; dobla numerosas callejas. Alguna ventana se asoma a lo oscuro.

Alinah y su amante hacen el amor, seguros de tener un mundo de dos hasta la próxima semana. Ramidh se ha ido con los barcos pesqueros, como lo hace siempre una vez al mes.
Alinah y su amante siguen haciendo el amor. Todo es sensualidad y goce.

Ramidh se aturde con su propio corazón. Calcula el tiempo. Dos de la madrugada, tal vez. Sus pasos se hacen más lentos. Dobla por una estrecha escalera hacia el oeste. Ve la casa. El óvalo que contiene la puerta de madera. Las paredes blancas transformadas en luna.
Llega al escalón más bajo. Hay cinco por subir. Su cuerpo es un elástico a punto de cortarse.
Llega a la cerradura. Acaricia la lámina filosa entre los pliegues de la túnica.

Alinah goza de un dulce semisueño en los brazos de su amante. Un ruido metálico abre sus ojos. Como tocada por un rayo, se incorpora. La puerta ejerce sobre ella un hechizo del color del espanto. Su corazón quiere llegar en vano a un ritmo que no.

Y ese sonido de llaves que giran ya en la cerradura.La puerta que se abre. 

Y el perdón imposible.

Y Ramidh que eleva la daga hasta casi detrás de su cabeza para clavarla luego en su propio corazón.


           

 

 

                

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