BUFANDA DE PÁJAROS de Susana Cattaneo.
Comenta Irene Marks


Las tormentas interiores del dolor y la pérdida, el llamado de la muerte, se subvierten en esta “bufanda de pájaros”, donde manda la poesía y nos envuelve con su canto, que va desde los tonos más oscuros a una fuerte iluminación.
Asistimos, asimismo, a la apertura de diferentes dimensiones que remiten al sentimiento amoroso, que se agiganta, y al hacerlo cambia de formas el universo. Hasta los límites más terrenales dejan de tener sentido, ya que hay un despojamiento inducido por la pérdida (“en esta noche tan sola, tan libre de gravedad”) y un perderse en la oscuridad,  mimetizarse con lo que se nombra (“En esta noche tan sola, la sola te recuerda”).
Mas no todo es carencia, también  se nos entrega un poema del color de la luz, donde la magia es transformación, donde mediante el uso de la palabra, el yo lírico nos convence de que el mundo se reduce a ese sobredimensionado “vaso de leche” expresado con texturas de gran plasticidad (“una espesura de cielos blancos”) y sinestesia (“un lago de pureza inefable, circular con su centro de tierra primigenia”). Entramos de la mano de esta poesía “en un límpido sueño” y allí la voz de Eros logra resonar (“Alguien desde un nombre me llama”).Este poema, de infinita luz y calidez, se corresponde con el último poema al que se hará referencia más tarde. Lo digo ahora porque es importante señalar cómo se construyó este libro, cómo se modifica luego el macrocosmos reflejado en el vaso de leche, tan sutilmente., para pasar a ser un microcosmos. Sin embargo, el cambio será cualitativo.
Se produce a continuación la entrada de la que “vino con una venda cruzando su boca”, imagen terrorífica, que parecería atenuarse en los siguientes versos (“Traía valijas de viento y una promesa de infinitud”), sólo para cobrar fuerza abismal y aún más terrible: “Cubrió mis ojos con sangre negra”. Es esta fuerza la que arrastra hacia lo abismal al yo lírico, el terror que se desata  (“Ella traía la muerte en su boca”) ante el secreto develado.
Asistimos más tarde a la navegación dentro del abismo, donde “El vino barato cruza el amanecer del primer instante en que te vi.”.Las imágenes se suceden en este viaje despiadado (“Todos los barcos agónicos que cruzan Finisterre llevan una carga de tristezas”) donde la pérdida se ahonda, y el tiempo se convierte en enemigo, que nos va llevando en la caravana de muertes internas (“cada día es una fruta que marca un calendario de huesos”).
Llegamos entonces al hondo lirismo donde se define al miedo (“un navío con marineros de arcilla”) asociado a “la intemperie”, donde aún el brillo del presente se ve amenazado por la visión funesta que el temor proclama:”sentía el peligro del amor mientras amaba”.
En esta zona de temor, el dolor es una causa común (“creo que está lastimada de inviernos como yo”), “música negra para el futuro” que se contrapone a una zona de sueños (“debajo de mi almohada, una nube azul”) Y en el interior del abismo se arriba al punto más doloroso (“mi vida tiene el color de las cosas muertas”), la ruta sombría, la soledad total, el hielo que corta el camino (“un ojo sin vestidura late en el centro del abismo como un corazón negro”). Es éste el clima sin alivio del poeta maldito que hurga en su dolor (“me lleva al lugar de la clausura”) y al hacerlo penetra en la sombra del mundo. Por eso las huellas de la felicidad sólo transmiten “la noche que se enterró en mí”, donde el suplicio es recordar (“Las madrugadas llevaban el nombre de la música”).Luego este dolor se trasladará a todo el cosmos (“los perros proferían aullidos que goteaban sangre”) y se siente con lucidez mágica el pasaje del tiempo representado por “El caminante de mañanas con sombrero”(Su dinamismo luego se convertirá en una gran carga inmóvil:“Hoy me pesa la eternidad”),  advirtiéndose el contraste del infierno interior con la “bufanda de pájaros”, que juega en la ternura de los perros.
Hay una búsqueda del amor como justificación vital, desde el infinito anhelo, (“Ojos azules como la vida sostienen mi fe en la ternura”)  y se  marca el vaivén de estar fuera de lo que sucede: “Observo desde un lugar vacío la vida que moja la mirada”.
En la travesía entre el sueño y el abandono surge la absoluta posesión por la palabra (“¿Le has puesto nombre a quien respira en tu mano mientras escribes?”)  y se asume la búsqueda de esa palabra amada: “Hechicera en los bosques de la magia”.
El lirismo entra en el abandono y se lamenta en invocaciones  encantadas (”Con sus ojos de agua y bosques”; “Hierbas amargas crecen sobre sus labios fríos”; “Me asesinó el porvenir”). El cielo del dolor abre su lado oscuro y desemboca nuevamente en poesía maldita, en la  magnífica exaltación de “la bruja”, una de las manifestaciones del yo lírico, cuya ardiente oscuridad le permite sobrevivir: ”La vida es una lujuria perpetua entre sus brazos de fuego”.
Las voces múltiples del  tiempo (“Aquel tiempo se quebró en el almanaque”) son un reconocimiento del desamor hermanado con la locura y la muerte: “Un amor sin amor que fue todo en su vida”. Por eso la voz alza su vuelo imposible: “prefiero los pájaros con sus ojos de infinito”: La búsqueda del amor es un viaje donde se sueltan todas las amarras y que el yo lírico realiza conducido por la palabra, un hilo conector que exige seguimiento: “Cantos rituales navegan por las orillas de Dios y desde las grutas se oye el ulular infinito de los barcos…”.Como lo hace Poe, la voz nos hace penetrar en un paisaje de brillo negro, de terror extrañamente bello: “La noche se cubre de hojas antiguas”.
Y he aquí que nuevamente llegamos al microcosmos de la casa que se torna universo-abrigo, adentro de la mano que alberga a ese universo (“La casa en mi mano tiene el tamaño del océano”). La fragilidad del refugio se pone de manifiesto sin embargo, cuando “El cazador la descubre” y cae “Certera la bala en el centro del vivir”. Así se describe la temporalidad y la fugacidad del momento y del ser-en-el-mundo, la expresión de lo inexpresable con fervor lírico surgido de las profundidades del sufrimiento, lo que deviene en comprensión.       
Unas palabras añadiré para el tríptico final, en el que los cuadros de Remedios Varo, Picasso y Salvador Dalí son plasmados con la particular expresividad del yo lírico  en diferentes aspectos. En el cuadro PHENOMENON de Remedios Varo reflejan la desolación de “los calvarios de piedra” donde el bastón del hombre “lacera los secretos”. La realidad mágica (“su sombra se ríe de su cuerpo hirsuto) vuela en imágenes que suavizan el dolor (“Una dulce agonía tiñe de colores la soledad”).Sin embargo, es en el poema dedicado al cuadro BEBEDORA DE AJENJO de Picasso donde se encarna la honda expresión del yo lírico (”Ella atraviesa una antigua tempestad, una arcaica desolación”), cuando los detalles cotidianos prestan morosa verosimilitud a los actos de quien tiene “Sal en sus ojos de bestia atrapada”, la que “Entra al naufragio a sabiendas, irremediablemente”. En el cuadro CRANEO ATMOSFÉRICO SODOMIZANDO A UN PIANO DE COLA, de Dalí, somos testigos de la lucha con la bestia cuando “peces rojos brotan del fondo de todos los abismos”. La lucha cotidiana es “ese agujero pertinaz sobre la vida”, la existencia que esta poeta asume en todos sus riesgos desde el centro del sentir poético.     
En suma, un libro donde el yo lírico se ha comprometido profundamente con la palabra desde una postura muy auténtica y honda, con una gran entrega que abarca todo su ser, con la fuerza de los vientos surrealistas y la apertura de la búsqueda en los mundos inasibles donde de nada sirve la razón. Lo he disfrutado enormemente.         


 .      
Extranjera a la Intemperie® - 2004-2021 - Ciudad de Buenos Aires - Argentina