LA SANGRE. Realidad y simbolismo
por Leonor Calvera

 

En un libro que ya tiene unas cuantas décadas, Nueva clave de la filosofía.
Susanne Langer analizó los componentes simbólicos ínsitos en la razón, el rito y el arte. Ninguno de estoa campos puede transitarse correctamente si no se tiene en cuenta el simbolismo que forma parte de su estructura. En algunos casos se hace muy evidente, como en el lenguaje mismo o las diversas expresiones del arte, desde el más sencillo hasta el más complejo: en otras instancias, como el discurso lógico, su función parecería menos visible, más hermética. Pero sea cual fuere la perspectiva que adoptemos,  siempre vamos a encontrarnos con un horizonte simbólico. Vale decir, lo que Bergson llamaba “los datos inmediatos de la conciencia” tienen dos facetas: la visible y la oculta, agregándole esta última una carga de sentido nada despreciable que, en un proceso circular, condiciona lo visible. La sangre no es ajena a estos postulados.

La ciencia dice que la sangre es un tejido fluido, común a todos los vertebrados, que circula por el organismo a través de venas, arterias y capilares, transportando células y demás elementos necesarios para realizar las funciones vitales. Su llamativo color rojo se debe a la presencia del pigmento hemoglobínico
En los albores de la especie humana, debe haber sido una conmoción para el despertar de la conciencia ver que cuando manaba excesivamente la sangre, la vida se escurría junto con ella acabando en la muerte corporal. Vale decir, sangre y vida se consideraron una sola.
Por extensión, los caldeos creían que las deidades habían mezclado su sangre con tierra para dar vida a los seres, En el mismo orden Kali, la diosa del hinduismo, mezcló la sangre con los otros elementos a fin de crear la vida. En la tradición judeo-cristiana, aparece el mismo sentido en la etimología de la palabra Adán que significa “varón hecho de sangre” o “animado por la sangre”.
Las más antiguas tradiciones le reservan un lugar importante a la mujer en relación a la fuerza vital. Griegos y romanos creían que la sustancia de la vida se había dado a partir de un coagulum, esto es, de los menstruos. Según Plutarco, wl principio vital que nutre el cuerpo humano y permite su crecimiento es esa esencia femenina que desciende de la luna.
Del mismo modo, la Biblia (Génesis 9-4: Levítico 17-11) ve la sangre como el símbolo primero de la potencia universal en tanto se había formado de la sangre uterina de la madre.
Un estadio simbólico complementario asimila la sangre al alma. Como en muchas culturas pre-colombinas, en Egipto se creía que el espíritu se movía junto con la corriente sanguínea, aposento del alma humana. La misma convicción alienta la tradición judeo-cristiana cuando afirma “La sangre es el alma o vida de toda carne” (Levítico. 17-14) de donde se deriva la prohibición de “comer carne que tenga todavía su vida, esto es, su sangre”, como especifica el Génesis (9-4) Esta fusión entre sangre y alma, que se mantendrá a lo largo de los siglos, indica claramente la importancia que cobró en todo lo relacionado con los ritos sacrificiales y expiatorios, comenzando por la inmolación de los dioses solares mismos para derivar luego en las ofrendas de sangre humana.

Dada la importancia de la asimilación del alma a la sangre, pronto se rodeó toda efusión con ritos y tabúes. Se reguló la sangre  vertida en el sacrificio, en la guerra, la sangre de los heridos. Pero, sobre todo, hubo de regularse la sangre de la mujer.
La sangre menstrual ha causado siempre un inmenso pavor unido a las mayores confusiones. Se optó entonces por aislar, encerrar y someter a confinamiento a quien sufría este trance, muchas veces asociado a un estado de impureza, de suciedad. Ni siquiera debía mencionarse el fenómeno por su nombre real: en la India se decía que la mujer menstruante "portaba la flor", el Levítico también alude a "las flores" femeninas, en tanto en algunas culturas se la denominó la "sangre sabia". Todo este peso simbólico hace que. todavía en la actualidad, siga provocando en los varones cierto desconcierto e incluso un rechazo más o menos manifiesto.
Sin embargo, el rasgo más característico de la sangre en general, y de la menstrual en particular, fue atribuirle un poder mágico. El "rojo vino sobrenatural" de las Grandes Diosas se suponía que mantenía vivo a los dioses. La reina de las hadas, Mab, lo daba de beber a los héroes para transmitirles su espíritu soberano.
Algunas sectas gnósticas sostenían que el varón puede llegar a ser espiritualmente poderosos si es capaz de ingerir sangre menstrual- Y en elaboraciones tan complejas y sofisticadas como las de la alquimia el menstruo se convirtió en sinónimo de alkahest, es decir, el disolvente universal que contenía en sí todas las sustancias.
El poder de la menstruación femenina llegó a tanto que, durante las grandes persecuciones de brujas de la Edad Media y el Renacimiento, uno de los argumentos que se emplearon a menudo era que las mujeres post-menopáusicas, al no derramar ya su "sangre de vida", ésta quedaba retenida en su torrente sanguíneo, convirtiéndolas en personas mágicas

Los poderes de sanación pero también de daño de la sangre han sido ampliamente reconocidos. Desde siempre se sabe que hay una sangre tóxica y otra curativa, tal como lo relata el mito de la Gorgona. Cuenta Apolodoro que, cuando Perseo le cortó la cabeza a Medusa, del lado izquierdo de su cuello comenzó a brotar un veneno mortal en tanto del lado derecho, el fluido que manaba tenía el poder de resucitar a los muertos. Esta fue la sangre que Atenea le entregó al médico Asclepio para que curara a los mortales.
Muchos ritos, más o menos secretos, emplean la sangre como vehículo para adquirir poder, amor, salud, dinero y también elevación espiritual. Pócimas, filtros y ungüentos formaron y forman parte de la cultura popular.
En otro rango, el rito más conocido quizá sea el que día a día se practica en las iglesias católicas, donde se bebe la sangre transustanciada de Jesucristo, junto con su carne, para lavar los pecados. Asimismo, se afirma que la sangre y el agua que manó de Jesucristo en la cruz es la mezcla que guarda el Grial para que quien lo beba alcance la inmortalidad.

Beber sangre es, precisamente lo que mantiene la vida de los vampiros. Estas criaturas colindantes entre la vida y la muerte por haber eludido los rituales comunitarios que mantienen a los muertos en su lugar, andan y hablan pero ostentan un cuerpo ficticio por cuanto no proyectan sombra ni se reflejan en los espejos. Estos seres crepusculares hunden sus colmillos en el cuello de víctimas jóvenes y saludables que reciben la muerte en pago de entregarles su alma, que es su sangre. Estos vampiros, que fueron plaga en el siglo XVIII, se convirtieron en la gran metáfora del capitalismo, los “chupasangre” que cambian por dinero el alma de los explorados.

Las mujeres ashanti dicen: “Sólo yo transmito la sangre”. Los lazos de sangre corren como un río subterráneo estableciendo un medio de unión permanente, de fidelidad y entrega a un cuerpo colectivo donde se subsume lo personal. Tenemos miles de ejemplos de este reconocimiento de los lazos de sangre biológicos. Pero tanto o más fuertes suelen ser los lazos de sangre pactados.
Los juramentos de las hermandades, sellados con una gota del precioso líquido, los pactos familiares, los celebrados entre amigos, los secretos guardados con sangre…La lista es extensa, pero el que más ha llamado la atención es el acuerdo con el demonio, tratado incierto, poco explorado, del cual el personaje de Fausto es su máxima expresión literaria.
En la obra de Goethe, Mefistófeles, a punto de llevarse el alma de Fausto, emitió la siguiente sentencia: “La sangre es un fluido muy especial” Y sin duda lo es.
Líquido precioso y nutritivo, pero también maligno como transmisor de pestes y enfermedades. Fluido que tal vez no contenga nuestra alma pero sin duda contiene la información de nuestro cuerpo. Por eso, tal vez, siempre produce inquietud hacerse un análisis de sangre. Tal vez algo de nuestro espíritu  acabe por revelarse  a la vista de todos.

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