Juegos, infinidad de modalidades del juego, inundan la creación de Julio Cortázar. Palindromas, acrósticos, juegos visuales; juegos por inversión o sustitución de letras; juegos de alternancia de líneas en el discurso escrito; juegos lingüísticos, fonéticos, semánticos, literarios. Juegos infantiles. Juegos de azar. Juegos de riesgo. Juegos de personajes dobles, que bucean en la naturaleza humana. Juegos de máscaras, que ponen sobre el tapete el tema de la identidad. La literatura misma es vista como juego. Julio Cortázar se inscribe en la doble modalidad del genio intuitivo, que se nutre de su propia experiencia, y a la vez del artista cultivado en la frecuentación de las tradiciones filosóficas, espirituales y literarias, no sólo de Occidente sino también del Oriente. Entre esos múltiples campos a los que presta atención es preciso considerar el de la ciencia. En distintos lugares de su obra, medularmente autobiográfica, hace referencia a sus inclinaciones juveniles, que parecían llevarlo hacia la música y la plástica, hasta que finalmente optó por la escritura literaria: la poesía, el cuento y la novela se le presentaron nítidamente como juego exploratorio de su tensión existencial, y como vía de una indeclinable búsqueda de absoluto.
Defiende y aconseja una percepción ampliada y un cambio de conciencia que permita al hombre la iniciación de una nueva etapa, sin descartar en ella, audazmente, una mutación biológica. A esa etapa apuntaban expresiones que han sido mal repetidas y aprovechadas como l’ archibras -que designa un brazo suplementario- o tercer ojo , el ojo del cíclope capaz de la videncia: alusión al artista-vidente que protagonizó y proclamó. Son los dones de un hombre nuevo que no es el sujeto socialista –aunque pueda incluirlo- sino un hombre en posesión de sus potencialidades, integrado en un Universo inteligente. El sujeto de la Modernidad, que para Heidegger culmina en el marxismo, ha de ser sustituido – luego de su paso por el Laberinto de la Historia- por el hombre a las puertas del Reino, que ha logrado la salvación. La propia palabra salvación pertenece a las escuelas espirituales, de lo contrario no tiene significación alguna.
Cortázar visualiza a los hombres como cronopios y famas, y esto no es un divertimiento. El cronopio, que practica los juegos del tiempo y la eternidad, se rige por las hojas del alcaucil, un mandala circular para llegar al centro, y no por el mero tiempo cronológico. Tiene plena conciencia de la insularidad del artista, cronopio irremediable, aunque otorga sinificación especial a los grupos, los conjuntos, los egrégores. Su obra, que restaura fenomenológicamente la correlación hombre-mundo, gira alrededor de la transformación personal, afirmando en forma implícita y explícita la esencialidad espiritual del hombre, su potencial no desarrollado, las vías de conocimiento no-racionales, la significación de lo aparentemente trivial o mínimo, la irrupción de la eternidad en la dimensión cotidiana del tiempo. El diversificado interés de Cortázar por las ciencias, y a la vez por el mito, el pensamiento complejo, las mancias y herencias de la Antigüedad, lo separa de la filosofía llamada pos-moderna. Entraría en la categoría de Transmodernidad que por nuestra parte hemos atribuido a los latinoamericanos. En él se despliega una antropología, una teoría del conocimiento, y la apuesta a una etapa nueva en la historia de la humanidad. Sin alcanzar el nivel profético al modo de Marechal o Juan Larrea, se halla situado en el mismo camino, el de la poesía videncial.
El autor de Rayuela desarrolla además, en la novela y en sus notables ensayos, un plano teórico destacable. La teoría cortazariana - que algunos nos atrevimos a tomar en la cátedra como teoría literaria sin más y no como una mera curiosidad en el estudio del escritor - no puede ser avalada desde la teoría del signo, ni prolongada en la semiótica o en la noción de texto como caja cerrada y dispuesta al análisis. Cortázar reclama una nueva epistemología y un nuevo estatuto de las ciencias del hombre.
Los maestros que Julio recordaba del secundario eran Arturo Marasso, instructor en mitos y orfismo, y Vicente Fatone, fundador de los estudios religiosos en la Argentina. Evidentemente, esto dejó una marca en el joven Cortázar cuya obra merodeó siempre la tradición poético-metafísica del humanismo. Formó parte de aquella famosa generación del 40, que trae grupalmente a la literatura argentina una posición humanista ya abonada por poetas como Lugones, Banchs, Marechal, Borges y Molinari. Eran discípulos de los metafísicos ingleses, de los románticos, de Rilke. Daniel Devoto, que también murió en Francia, editó los primeros libros de su amigo Julio Cortázar. Compartían esa orientación órfica que luego se diversificó en Cortázar sin traicionar su raíz originaria, aquella que le hizo repetir con su maestro Arturo Marasso: El mundo era tan solo una música viva...
Cortázar se volcaría a nuevos lenguajes, pero distante de la obstinada negación metafísica de Breton y sus discípulos, negación que alcanza algunas excepciones como la final aproximación de Breton a la gnosis (Entretiens). Pero Cortázar se halla más cerca de Keats que de Breton, como lo muestra el libro que lo acompañó de por vida y se publicó después de su muerte:Imagen de John Keats. Cortaba en profundidad la densidad espiritual de todo mito, encubierta por una imaginería de intención didáctica; supo que el mito, enraizado en antiguos ritos iniciáticos, remite a la inmortalidad del alma, a la metamorfosis o metánoia que se produce en la interioridad del hombre, a la transformación. Es Dafne convertida en laurel bajo el rayo de Apolo, es el despedazamiento simbólico del dios entre los acólitos. A través de figuras míticas, la eternidad emerge en el tiempo, y esta epifanía se halla presente en cuentos como La isla a mediodía, El ídolo de las Cícladas, Las ménades, El otro cielo. No es extraño que nuestro autor haya tomado contacto con escuelas místicas, esotéricas, ocultistas, que se haya interesado por Gurdjeff o explorado el budismo zen. Sus enemigos filosóficos son la lógica aristotélica, el racionalismo y el positivismo que sostienen la suficiencia del burgués, la conformidad de algunos artistas más famas que cronopios, y la cartilla de algunos presuntos revolucionarios.
El sujeto-artista es omnipresente en la creación cortazariana. Me detendré en algunos ejemplos, a fin de ofrecer en síntesis cierto panorama demostrativo de su poética lúdico-metafísica. En su extraordinario cuento o nouvelle El Perseguidor, el sujeto creadorencarna en la figura de un artista miserable, drogadicto y solo en un altillo de París, que sinembargo es dueño de los juegos del tiempo, el recambio de lo efímero por lo permanente. Otro personaje, ya directamente autobiográfico, es Lucas, uno de los tantos personajes en que el autor se retrata (Un tal Lucas). Lucas-Cortázar es el cronopio, el que juega con el azar, navega contra la corriente y lucha contra la hidra. Es Johnny, Oliveira, Traveler, elsteward Marini, Lucas, Persio, el Citarista...también Morelli y Emanuel.
“La isla a mediodía” pertenece al libro Todos los fuegos el fuego. Es uno de los cuentos de Cortázar que objetivan el desdoblamiento interior y la unificación de los contrarios, desplegada en distintos momentos de su obra. Con una textura nítidamente simbólica y hasta alegórica, remite a la especulación metafísica e incluso a la práctica poética del autor. La felicidad sólo proviene de la salida del tiempo, de la verticalidad con que Marini mira al sol desde una isla griega entrevista en sus viajes sobre el archipiélago; sólo en el momento de la caída del avión se produce la reunificación de dos mitades de su ser que logra la plenitud, la esencialidad. Otros cuentos, como “Alina Reyes”, desarrollan igual tema. El mismo libro contiene otro cuento extraordunario que incluye el símbolo de los dobles: “El otro cielo”. Allí el “sudamericano” alude abiertamente a Lautréamont pero también a Cortázar, cuyos ejercicios supratemporales van desde el Pasaje Güemes, en Buenos Aires, a la Galérie Sainte Foy y el Passage du Caire, de nombres alegóricos. El recorredor de galerías se refugia finalmente en la Galérie Vivienne, en la poesía, camino místico-poético de encuentro con la Realidad profunda, esa realidad donde reside el sentido. Podría esto interpretarse como una opción heideggeriana, atendiendo a lo dicho por el filósofo: El Ser se patentiza en el lenguaje, en referencia, ciertamente, al lenguaje poético y no a cualquier tipo de lenguaje.
Una obra poco conocida de Cortázar es Prosa del observatorio. Se trata de un relato - disparado como otros por una coincidencia significativa, diría Jung – que aproxima las fotografías tomadas por el autor en un lugar de la India, y la noticia periodística de una migración de anguilas alrededor del globo. El sultán Jai Singh, dueño del palacio que Cortázar visita y fotografía, ya se había interesado dos siglos atrás por la periodicidad de las mareas, y trató de propiciar su estudio mediante marcas y señalamientos; la noticia leída en los diarios venía a rubricar la periodicidad de acontecimientos que apuntan a un orden secreto de la naturaleza a la que llama Cortázar la “red cifrada”, el “alfabeto sideral” Este trasfondo permanentemente percibido fascina al poeta, lo induce a un modo de Super-realismo que comporta un deslizamiento hacia el Super-racionalismo. Es en razón de esta actitud que lo hemos considerado, desde 1963, como un lúcido representante de la Razón Poética, proclamada porMaría Zambrano, la pensadora española a la que visitó en su retiro de Suiza.
Para Cortázar el juego es acto de entrega y riesgo, compromete la vida, es un ejercicio de la palabra en busca de lo absoluto. Escribir es andar por la cornisa, recorrer un tablón entre dos ventanas; tentar el azar, provocar acaso a un desconocido interlocutor, el que dispone los hilos de la trama. Es rozar el misterio, alcanzar el Cielo de la rayuela que estamos obligados a recorrer. Un "otro" aparece desafiado o cuestionado desde una dinámica que supone el movimiento hacia la unidad y su contrario: el doble compás de analogía y criticismo -empatía y extraposición, diría Bajtín- es característico de la actitud cortazariana. La unidad de que hablo se halla desde luego distante del universo laplaciano o de la metafísica clásica; es la unidad de un universo móvil, que parece caótico pero nos conmueve con el roce de un orden secreto y escondido: orden que pauta la migración exactamente repetida de las anguilas; orden que preside la música, y la hace por ello más próxima al número de la realidad; un orden que el artista tiende a imitar sin que ello suponga egoísmo ni insensibilidad a los procesos históricos. Ese orden secreto prescribe los encuentros de Oliveira y la Maga, a despecho de la causalidad cotidiana. Son los intersticios, los instantes privilegiados de vivencia y comprensión, incentivos para la reflexión iluminadora
Frecuentaba Cortázar la “zona” de Tarkovski, ese territorio de nadie, apenas divisado o experimentado en las epifanías. Y se propuso, además de presentarla en narraciones ejemplares, ahondarla a través de un trabajo teórico y crítico de rigor poco frecuente.
Su obra entera gira alrededor de la figura del poeta-visionario que es su proyección más íntima, y que contiene la imagen del hombre total. En ese sentido es generadora de un doble, contrapartida inexcusable de la conciencia escindida que, en momentos privilegiados, alcanza la unificación plena en el sentido junguiano. El dialogismo de esos polos engendra la permanente movilidad de su discurso. Dobles son sus lenguajes, sus personajes, sus niveles de realidad y sus marcos de referencia filosófica; doble es también su ubicación histórica, desgarrada entre Europa y América, siendo Europa el lugar en que le tocó nacer y morir, y también el que eligió en la mitad de su vida, y América innegablemente su patria, a la que ofreció su permanente compromiso y su más entrañable sentimiento. Acaso ese rol de nexo entre dos polos sea una de las significaciones últimas de su obra.
Cortázar vivió en permanente acecho de la revelación, atento al sueño y al mito pero simultáneamente a los avances de las ciencias. Su objetivo era alcanzar la conciencia cósmica, el satori. Es uno de esos pensadores de la aurora a los que María Zambrano llamó futuros; un indagador del hiperespacio, ese territorio metafísico nombrado metafóricamente como cielo. Tal el sentido último de la aventura mítica, narrada en mil formas por la humanidad, que Cortázar supo comprender: el cruce del umbral es la objetivación de un pasaje, el acceso al cielo de la rayuela.