La mujer se levantó esa mañana con una idea que no le había permitido descansar. Debía encontrar ese anillo.
Abrió los cajones de su cómoda, encontró el viejo alhajero, lo abrió pero no estaba allí.
Mientras seguía registrando, deambulaba por la casa y al pasar por la cocina pensó: "tengo que abrir esa lata de atún. Una ensalada estaría buena para el almuerzo".
Nada podía retirar de su mente aquel anillo. Las horas pasaban aumentando su inquietud. Encontrar la joya ya era una obsesión.Por momentos su vista se nublaba; había comenzado a tener palpitaciones. Una de sus manos era un puño muy apretado y no sabía porqué.
La mujer había llegado al límite de sus fuerzas por lo que se sentó en un sillón de la sala; quería recordar cómo era el anillo que buscaba pero su mente ya no respondía.
Lentamente cerró los ojos. Un aliento último relajó sus miembros; el puño apretado se abrió.
Quienes la encontraron vieron con sorpresa que sobre la alfombra, justo debajo de su mano, descansaba un anilo cuya piedra ambarina resaltaba sobre el verde tapete.
Siempre hay un día, 24 horas, que nunca se borrará de nuestra memoria.
Mientras caminaba pensaba en los acontecimientos pasados, recordar el encuentro con ese hombre todavía la estremecía.
Eran las ocho de la mañana, como era su rutina, salía de su casa a esa hora todos los días y comenzaba la rueda interminable de tareas que la ocupaban.
Cuando en la esquina ese hombre le cortó el paso, estaba distraída y casi sin darse cuenta, fue arrastrada hacia el automóvil.
Entonces comprendió que algo muy grave iba a sucederle, el terror la había enmudecido, él tampoco le hablaba.
Pensará que soy una mujer rica y me está secuestrando, se dijo, pero el hombre en ningún momento hacía gestos que indicara un rapto, solo guiaba y su mirada no se apartaba de la ruta.
Ella perdió la noción del tiempo y del lugar donde se encontraban, cuando miró su reloj ya eran las doce del mediodía.
Llegaron hasta un hermoso lugar, había un lago de aguas puras, árboles que lo circundaban y una cabaña como de cuento. La mujer tembló, creyó darse cuenta de los motivos que ese extraño tenía; a pesar del terrible momento, le causó asombro sentir una sensación en la boca del estómago que no era miedo ¡era hambre! ¿Cómo podía sentir hambre?
El auto paró la marcha, sin ninguna violencia, el hombre la invitó a bajar y entraron en la cabaña. No pudo contener una exclamación, en la mesa exquisitamente preparada para dos, había un no menos exquisito menú esperando.
La mujer no tomaba conciencia de lo que sucedía, pero el reloj seguía avanzando, habían comido y la tarde caía, ya marcaba las seis el reloj de pared que estaba frente a ellos. El no hablaba sólo la miraba intensamente, se comportaba en forma correcta, sus modales eran finos.
Escuchando música, tomando un licor pasaban las horas, ella se adormeció, de pronto sintió que una mano le acariciaba la frente, mientras por primera vez escuchaba la voz del hombre:
-Despertate vamos a volver.
Partieron cuando ya aclaraba, a las ocho en punto de la mañana siguiente, él la dejaba en la puerta del edificio donde vivía. Habían pasado 24 horas.
Y fue entonces que sintió como si el tiempo no hubiera transcurrido, había vivido la aventura más extraña ¿ o sólo lo había soñado?