SOBRE
LA MURALLA DEL TIEMPO LA PALABRA
MAS ALTA
Violette Leduc
-
FRANCIA
LA LOCURA ANTE TODO (fragmento)
Imperioso, perentorio como una ráfaga
de granizo. Colosal
como una nube de Holanda. Irresistible.
Me fulmina cuando divago, me quema
cuando monologo. El silencio después
de la partida de mis cuarenta amigas.
El silencio en el cual me diluyo,
me expando. Es mi jardín, polvo
y flores grises.
Siempre se callan en casa. Silencio
de tres libros junto al lecho, silencio
de las fotografías, silencio de
mis medias sobre la silla, silencio
de mi hacha, silencio del hielo.
El silencio; adorna mis cosas, mis
objetos, la lámpara, el florero,
el pimpollo de rosa. Leo en mi cama;
una tiara; es el silencio sobre
mi cabeza. Cosas, objetos, nuestra
comunidad en el silencio. Un latido,
mi corazón, la muerte golpea en
el fondo de los mares.
Una colmena en invierno, parece
una cabaña sin vida, es mi cabeza;
escucho el silencio de mi brasero
apagado, soy la guardiana del silencio.
Clavada en mi silla, clavada en
mi puerta. Demasiado silencio. ¿Sangra
en la pared? Es el silencio, está
en mis venas. La silla se callaba,
el silencio la adormece, letanía
del silencio, esa silla. El espejo
a lo lejos me vigila, el cielo por
encima de la ropa tendida se asombra:
es el silencio ante el vidrio(...)
Las olas descansan, son más blandas
que mi seno, es el silencio de mi
noche blanca(...)
Miles de otros muertos, miles de
estrellas nuevas, me miran, me ven
muerta. Silencio, silencio. Yo marchaba
junto al maíz y los girasoles, la
luz me hería. El silencio, el sol,
un escarabajo huía. Silencio de
un botón de nácar en el sendero.
No hay más que palabras definitivas.
No hay otras palabras. Tengo una
fiebre de buscador de oro para encontrar
esa palabra: el diamante de una
obrera. Si no la encuentro voy a
arrastrarme a lo largo de los cafés
cerrados a las once de la noche.
Las sillas, una sobre otra, son
elocuentes, y yo estoy muda. ¿En
qué te has convertido, tú, que querías
escribir? Un pedazo de diario pisoteado
con el que se divierte el viento
en una calle pisoteada.
Las
tres de la mañana. Las cuatro de
la mañana. El alma
es
friolenta, el corazón no está tranquilo,
las manos están vacías, el pie que
movemos dentro del zapato no demuestra
que estemos vivas, estamos lívidas
hasta la punta de los dedos,
nos apretamos las unas contra las
otras, esperamos el día. La vieja
reinita desteje su bufanda, destruir
la embellece.
(...)
Que tranquilo estaba, qué medido,
qué contenido...Es
demasiado
hermoso para que sea verdadero.
Qué tristeza emanaba de él cuando
miraba lejos (...)
Está
bien dominarse, controlarse, prosperar,
súbitamente se deslizan por las
mejillas lágrimas negras, uno no
es más que la más pequeña de las
arenillas en el caldero humeante.