DIANA POBLET - ARGENTINA
Parque Lezama
Rozar el espacio entre la nube y el ojo
incrustar esplendor en lo profundo
permanecer ajenos un sábado cualquiera,
habitarnos desolados
trepar la tarde desde viejos troncos
caber en la fragilidad
en el instante sutil que posee la transparencia de la gota
lejos, y amortajada la bestialidad del noticiero
sin que llegue a demoler la acidules de su palabra
libertario nuestro ojo raja los cielos, toma carrera
sin detenerse en los brotes del ramaje
empina la rugosidad de las tipas amarillas
cambia de árbol y embiste
repleto de asombro
secuestra todo el silencio de este banco
conecta al Universo sin redes ni telefónicas.
Y Soy,
esa quietud sin nombre.
Reto mágico
En estos días inciertos
apretar dientes para intentar soles
sin importar la bruma sobre las plazas
el apuro insatisfecho de las gentes
la desidia de los Diarios
la bronca transportista de sueños rotos
acaso le importe al sol del amanecer
le ocupe a la luna de esta noche
tal vez se pierdan todas las estrellas
nada es incierto en el universo
en este parpadeo del alba
donde sólo somos granos de arena transitando el infinito
con pretensión de reyes desoímos lo que murmuró el viento
lo extraviado en la queja del arroyo
la placidez que existía debajo del pinar
nada de esto se ha perdido
en estos días inciertos.
Sólo una batalla.
Otoñal
Cortar ramas.
Crear del silencio, sonido de hojas
reparar el oído
aprehender el otoño, esa desmemoria
reencontrar la cúspide del ocre
y ya sin inquietud,
despuntar
aquel destello que fuimos.
Nada
Al final no quedó ni el rezo
sólo mi partida encharcó esa tarde
destejí palabras por hilvanar la noche
nocturnidad solitaria
su nombre fugó del calendario
mi nombre fue palabra ajena
los ecos acentuaron la distancia
efluvios aventaron mis quijotes
Hoy
que ya ni importa
ni garúa
Desencuentros
Me detiene esta monotonía
de presencias huidizas
en tiempos encontrados
ahí donde escribes,
en ese bar de almas.
Existe una sola manera de mirar el mañana
hay que arrancarse los ojos
y dejar que ocurran los reflejos.
Ya no se detienen los trenes
y toda estación se vuelve otoño
el amor ya no se apea
aunque persiste con inoportuna insistencia
fugaz polizón que a veces pasó de largo
o quedó impreso en túnicas de bambula
volátil y efímero
los tiempos que vuelven de robar tulipanes
cuando aquel invierno ardió bosque y nieve
Hoy que el otoño viene esquivo
sostengo la palabra enmudecida
soy aquella mujer ajena
que imperturbable
despeina las trenzas de la ira.
He llegado hasta aquí
y aún queda en la pradera
un alimonado sudor a milagro,
aquel bosque para encandilar espejos,
la luz que se recuesta en el ojo
el chamán que soltó mi mano
cuando todo el techo se volvió cielo.
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