Liliana Díaz Mindurry - ARGENTINA
CUADERNOS PARA FRESIA
Dios
afuera
ladra.
Enero 2009
I
Dormida sobre trapos, el lomo de loba comida en el túnel de los bosques,
conocedora de todas las intemperies, de todos los abandonos concebibles,
bajo cualquier luz aceitosa,
ella,
Fresia,
una perra cualquiera de una calle cualquiera, de una ciudad cualquiera,
/en un sistema cualquiera, de tantos sistemas concebibles,
se clavaba tranquila en la irrealidad
del mundo.
No sabía de palabras, ni lenguajes, ni gramáticas,
ni malentendidos ni ambigüedades o metáforas de la metáfora,
feroz y dulce en su país de sueños.
No sabía maquinar conjurar ni extender manteles deslumbrantes,
ni colgar de la negrura del cielo ninguna suntuosa mentira como araña
de Versailles.
A la manera de los peces vivía la hondura del instante,
Como perra
purísima,
recién nacida,
en su plato de comida
masticaba el tiempo.
II
Conocedora de todos los abandonos concebibles, (bajo cualquier luz /aceitosa)
cortaba el aire
su ladrido pequeño,
ínfimo,
perfecto,
su ladrido como cáscara de nuez donde dormían trinidades, vírgenes, santos, profetas, líderes, mártires,
donde Dios era nada,
podía no existir,
dejar el sinsentido.
Buscaba algo enorme, sin nombre, una piedra escondida en los ojos,
una piedra escondida en sus libros, cuadros, sinfonías, monumentos,
tragedias.
Los ojos líquidos se arrojaban de la más alta escalera,
Dios se escondía de tanta novedad en el agua de su boca,
sin saber qué hacer
con ella.
Sin saber qué hacer con Fresia,
la que no sonreía.
Ningún perro sonríe
ni habla,
no hace falta.
En su silencio
sin malentendidos
custodia la torpe soledad
del universo
y Dios se esconde
para siempre.
III
Que parezca que puede haber un mundo sin Fresia (lomo de loba comido en el /túnel de los bosques).
Un mundo de cristales de hielo masticados con furia entre sorbos de whisky, /un cigarrillo y un narcótico,
mientras el rectángulo de la pared se traga las últimas estrellas, y las últimas /bestias corren entre luces encendidas,
mientras hay olor a despedida, a cocheras con automóviles dormidos y sin /dueño, olor a ciempiés rubio, a soledad de una pastilla,
para suprimir el universo.
Mientras lo que tiene que pasar, pasa, en el claro del pueblo, en el claro de la /ciudad, en el claro del mundo,
mientras el mundo se separa del ojo.
Mientras el pensamiento es un orden que jamás ocurre.
y las playas ladran cada noche,
apenas.
Mientras en los zaguanes los insectos corren veloces debajo de puertas y /ventanas.
Mientras alguien pregunta la hora como si fuera posible saber algo.
Mentira.
Un mundo sin Fresia
no es un mundo.
Y aunque parezca suceder
nada sucede.
Las tijeras se comen cada lugar secreto,
cada nombre.
IV
La que correteaba por el balcón o sorteaba obstáculos en plazas manchadas /por el sol (dormida sobre trapos),
nada sabía de asesinados armenios, judíos sin aire, débiles y áridos como el /amanecer, argentinos rotos en lugares secretos, negros incendiados como /antorchas.
nada sabía del torturador que cuida su santa familia mientras la picana le /revela misterios: que nada existe, ni su santa familia.
No sabía del continuo horror de ser descafeinado y sin azúcar.
No sabía de ratas multiplicadas por la soledad, ni de los que ayudan a llorar /con el agua de sus ojos.
No había leído castillos de Kafka, ni pasados de Proust, ni horas de Joyce
Hilos de niebla
Babas
Sobre la piel del mundo.
Nada para esta noche.
Las estrellas crecen indefinidamente.
Más lejos la luna envilece la sombra de los grandes barcos.
V
Nada para esta noche, dije,
Fresia tranquila,
(puede clavarse en la irrealidad del mundo).
Ya verás, Fresia, nada para esta noche,
el silencio será poblado por abismos que empezarán a resplandecer,
Dios tendrá el universo herido en su costado, un gato sin forma cruzará una /terraza fantasma,
habrá olor a plantas mojadas, desaparecerá el dolor como titular de un diario,
se abrirán las puertas de cada ojo y ya no habrá la carcajada breve y seca del /demonio.
María paseará su corderito mientras propone la unidad del universo,
la caricia no será forma de la impiedad,
cerrarán las puertas de la iglesia y los curas irán a dormir sobre las ramas de /los árboles.
Nada para esta noche, dije
dormiremos tranquilas, Fresia,
el cuarto estará vacío.
Mientras todo se vuelve
oscuro,
lejano,
inexistente.
VI
Hacía que no estaba, que era otra, (una perra cualquiera, un pez que vive la /hondura del instante)
que la luna no se había hundido en el fondo de las alcantarillas,
que las calles no crecían a su alrededor, extraviadas, a zarpazos,
que la espesura de las frases, mis frases, las frases de cualquiera, corrían a /gran velocidad hasta perderse,
que guardaba una copia del mundo entre los dientes,
que no había maleficios ni palabras astilladas, dispersas,
que no tenía el amparo de un nombre que pudiera defenderla
contenerla,
explicarla,
sólo por no revelar su identidad
de ángel.
VII
Como si uno mirara un gato y no supiera qué hacer con él
a Fresia no le gustaba el viento.
Ella caminaba por el desierto de una ciudad rota, vencida
(/ella que nunca se colgaba de la negrura de cielo, ella que no maquinaba conjuras)
ella no entraba en las casas de la peste y de las mariposas muertas
clavadas en un álbum,
ella que se comía cada mañana la cosa oscura de la noche,
ella que se llevaba la masa sospechosa del mundo, el ladrido de las olas
/del mar mientras mordía el agua,
ella,
que veía las situaciones del revés para rehacer la belleza.
Cualquiera es copia errónea de un arquetipo inconcebible,
pero ella
te ayudaba a llorar con el agua mansa de sus ojos,
adelgazaba el sueño
para que pudieras guardarlo de una vez en tu bolsillo.
En el vaciadero del mundo
era luz.
VIII
Una cree
(en las arañas de Versailles)
que hay un amanecer que mancha de roja la torpeza de los camiones,
que en el cajón duermen papeles, balas para incrustarse en algún cerebro, /locuras cegadas por los rayos del sol,
que los hombres avanzan con pasos, vacilantes, forzados, atrapados en /mecanismos,
que la boca es una lastimadura que pronuncia palabras,
que las hormigas custodian el Caos,
pacientes,
sin desmayo,
que las cabezas se llenan de infiernos y cielos como espumas cambiantes,
que en las trampas de las arañas caen insectos, pozos, proyectos de vida,
que hay reyes locos en palacios invisibles clavando agujas en la luz,
que la tristeza tiene sabor a té con dulces,
que las frases se reúnen como alimañas
oscuras,
venenosas,
pero sólo están ellos, los perros de Dios
destruyendo cada día
las espesuras de la muerte.
IX
A Fresia le gustaban los paseos en automóvil, (una calle cualquiera)
extender su pata para hacer pedidos: orden y luz pese a la muerte en todas /partes.
Le gustaban las cocheras desiertas alumbradas de noche y de fantasmas,
los inexplicables reinos de las cocheras
que no conocen los humanos.
Sabía que el precio del aprendizaje era la alegría y no la pena,
pintaba de blanco la tristeza
mientras saltaba por las veredas tirando al máximo la correa de su dueña.
Y cuando las personas se regalaban venenos en frascos de cristal de roca con /papeles de seda y brillos inverosímiles
miraba con asombro
la luz fría
planetaria
de los gestos.
Nunca se preguntaba qué hombre en la ventana de la casa de tormentas,
qué mujer durmiendo adentro de un relámpago,
darían cuenta de su angustia.
Olfateaba con dulzura la intemperie
y abría esas llaves
tan pequeñas
de lo eterno.
X
Parecía que se ocultaban tantas estrellas como para perder la cabeza.
Parecía que se saturaba el aire como en la piel de las fotografías
En el televisor o la pantalla de la computadora surgían paraísos impostados,
incrustaciones de gemas en la delicadeza de los cadáveres, en la pedrería de /las tumbas.
Fresia no reclamaba a los altos lobos, sus parientes, que devorasen las pesadillas de adentro (masticar el tiempo, colgar como araña de Versailles)
y las de afuera: ese museo mutilado del mundo.
Era libre para elegir su reino
mientras nosotros cuidábamos nuestro corazón
bruto,
vacío.
Nuestras casas abrían sus puertas como bostezos,
y cada mañana nuestros cielos se volvían más virtuales.
Sabemos que cada día puede destejerse el universo
Con la eficacia de un botón del teclado.
Ella dormirá tranquila nuestra locura.
XI
Hay un ojo que mira la cintura del bosque, el sonido del agua subterránea,
países pálidos, inexistentes, continentes donde la lepra avanza,
puede quedarse ciego
entre las hojas de un libro.
Hay un ojo que mira los mensajes del otro lado de la pared: maldecir la /sencillez de una higuera o jugar con el revés de los pensamientos.
O esas fiestas de muertos que beben vino bajo tierra,
o los suspiros de los tigres cuando duermen, o las resurrecciones de Lázaros /mal dormidos,
o los niños que se divierten crucificando gatos o matando pájaros, (malentendidos)
o los que mueren con los ojos como piedritas apagadas,
o el delirio de ecuaciones mal hechas y de cielos caídos.
Ella tiene un ojo que puede recordar hacia delante
que puede correr mientras está detenida
que puede beber en galletitas secas
Ella es la Reina Roja y la Blanca
del lugar de los sueños.
XII
Debía ser paciente y esperar (feroz y dulce)
que en la mancha obstinada de las casas,
algún día,
esas bestias dormidas
saldrían al patio de las calles
sin la luz de las vírgenes tontas o el degollador que no conoce pesadillas.
Esperar que se abriría el jardín cerrado de los ojos
y dejarían de vigilar a los muertitos durmiendo entre calas agrias y /conversaciones infinitas.
O que recordáramos cuando de niños alguien nos tapaba mientras se destapaba la luna,
como retazos de una fiesta olvidada.
Su lejano ladrido guardado en la cartera o el bolsillo habla de estas cosas,
sabe del ansia que deja huellas y las puertas que no abrimos
entran a un lugar de malezas, pantanos, espesuras y esplendores de otro /reino.
A cierta hora una olvida quién es.
Habrá que preguntarle.
XIII
La dulzura del cansancio de otro día sin un Dios que bajara de una vez y /decidiera mostrarse en alguna parte, aunque sea en una iglesia o un /prostíbulo.
Florecían
esas cosas secas y distantes que decíamos, escrituras en voz baja.
Al mundo le hicieron un lavado de cerebro hasta el fondo gris de las /neuronas,
le pusieron tocas de monja,
vestidos de novia, de comunión, de tumba,
eslendor ficticio de cuadros
y poemas.
Se acabaron las noches estrelladas de Van Gogh con radiaciones,
a los jazmines les crecieron mandíbulas y colmillos,
se aplastaron lágrimas de pobres ojos que confían en la vista, y hasta hacen mediciones, cálculos,
sin saber que cualquiera se sostiene en lo invisible.
Pequeña Fresia se subía al automóvil ( perra purísima)y miraba por la /ventanilla las cajas de las casas, los árboles de plástico, el cielo pintado de /celeste,
habría objetos de amor
milagros perfectos,
ínfimos.
XIV
Se nos dirá que este es un mundo donde se derrumba la luz y se acercan /despacito las trampas de la noche,
se nos dirá que la muerte es apenas un juego frente a un camarín con más /cara o disfraces de mal gusto, (un sistema cualquiera)
se nos dirá que imaginamos actuar que imaginamos ejercicios gramaticales y /les llamamos comunicación,
se nos dirá que las palabras han perdido el sentido o sólo son vapores /húmedos, lluvias extrañas de saliva donde gotea el resentimiento,
se nos dirá que rezamos como un coro de cigarras o un hervidero de tábanos
y que en cada gesto
hay un alambre de púas,
se nos dirá que el dolor se nos sale de todas partes como un jarabe que se /derrama en los mosaicos del piso y se expande lentamente,
que nuestras zapatillas arañan el suelo y nuestras palabras de amor parecen /ronquidos y hasta se unen para la complicidad de la injuria,
que son tristes nuestras calles como patios,
nuestros cerebros como patios,
que sólo pensamos en la eternidad cuando miramos lujosos ventanales de /palacio o vitrales de iglesia
y que nacemos en mitad del espanto.
Que alguno aprenda la inocencia de los pequeños animales
y se le desenhebren las frases de la boca
y los odios.
XV
Cuando Fresia dormía no había nada de nadie,
se había extinguido nuestro mundo que nunca había sido el de ella. (No colgaba lujosas mentiras ni extendía manteles deslumbrantes).
No sé que piedra se incrustaba en el pecho del silencio,
había ese miedo al olor a encierro que presagia tigres por venir
y por pánico ellos se daban la mano blanda desde tan lejos como si entre los /hombres hubiera charcos o salieran de la cueva de un bostezo,
y miraban sin entender el agua ciega que mojaban los techos ciegos de las /casas,
ponían caras de crisantemo amarillo y temían que el contorno de las cosas /lograra morderlos finalmente
y que cada silla se convirtiera en jabalí.
Hubieran llorado a gritos a Fresia para que los protegiese,
rezado a gritos a su Dios sordo para espantar la oscuridad,
las lágrimas enormes salidas de lo más profundo se les saltaban de la cara /como lluvia sin esperanza.
Le rezaban a Santa Rita porque sólo Santa Rita era buena, las demás no /servían,
pero no, Fresia, Fresia, que Fresia despertara y vigilara sus noches,
si a los santos se les acababan los milagros que Fresia los protegiera.
Dormían furiosos resentimientos en los intestinos de las viejas que miraban /pasar la gente desde los balcones,
en las tumbas de los subterráneos no se veía el cielo.
Ellos y ellas buscaban en las manchas que ondularían como insectos pero que /no eran luz,
buscaban los tragaluces y los vitrales y los destellos en las piedras de joyería /pero no eran luz,
se pellizcaban los lados de la cara para tener luz.
Imaginaban a las flores envejeciendo en el vaso del comedor,
las estrellas crecidas como enormes monstruos también muy viejos en los /techos.
Fresia, despierta,
el mundo está a punto de romperse como vaso de vidrio arrojado desde la /luna hasta el abismo de la calle.
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