Rafael Vásquez - ARGENTINA
AMBIVALENCIA
Sólo los números.
Sólo las letras adiestradas
que no forman palabras;
sólo la pura fe, la exacta
demostración, la meta inamovible
descubren su objetiva seguridad,
la invariable confianza que no admite el error.
Matemática ley.
Porque el idioma
tropieza en las palabras o nos miente,
se equivoca en las cartas o en las conversaciones,
sabe que la justicia y el amor son falibles,
va guiando los recuerdos camino del olvido,
nace del sentimiento, de su más subjetivo
centro
y ese centro es el blanco de toda cacería.
Elijo
ese viejo derecho de juntar las palabras,
volver a equivocarme
y gastarme la vida en el poema.
PADRE
A su imagen y semejanza,
como Dios.
Como un dios devaluado,
falible,
recorrido por la inseguridad y los silencios,
todavía incrédulo.
Ese padre ya viejo que se resiste a serlo,
que no se ve tan mal en el espejo,
que se pone el orgullo cuando se encuentra en la mirada
de los hijos,
de los que son mejores, cierto, seguramente,
mucho mejores que él,
pero a su imagen y semejanza, ¿por qué no?
Pero la vida tiene
sus vueltas inasibles, las sorpresas, esa fatalidad de los encuentros
que supo perseguir en otra edad como una maravilla.
Sólo que ese trabajo del azar mueve a veces
su costado de sombra,
la pena disfrazada de una simple noticia,
una apetencia rara que lo deja más débil,
buscando los sentidos de la equivocación.
Ignora la respuesta
para aquella pregunta que no sabe si hará.
Es como si la imagen
de aquel pequeño dios se hubiera roto.
QUE EL AMOR ALIMENTA
para Alejandra
Donde la ciencia dice su verdad
se equivoca
porque hay lazos que fueron
tejiéndose en el tiempo
y no valen de nada los papeles
cuando los ojos hablan.
O las fotografías.
O el recuerdo que invade los silencios, las sombras,
todo lo que desviste la soledad a secas.
Lo que nunca se dijo, lo que se dijo a medias.
Por la distancia, es cierto, crece la fantasía
como un manso fantasma que evita los abrazos
pero también alienta las historias del sueño.
La voz no siempre acierta,
la escritura vacila,
viejo vicio del alma que el amor alimenta.
PLAZA DE ESPAÑA
Con el sol a mi espalda
para que otros ojos se llenaran de luz.
La Plaza de España desdibuja,
duda su geometría
mientras Quijote y Sancho saben desentenderse
de los improvisados jinetes
que disputan un sitio en sus cabalgaduras
entre fotos y risas.
No es posible apartarse de la gente
que cruza la mañana como cruza la plaza.
Tampoco sé meterme en la lectura
del libro fiel que llevo
porque la espera manda y la paciencia
pierde apenas un tiempo desvalido.
Ignoro desde dónde
sabrá llegar, nunca a tiempo, a mi encuentro.
Mientras tanto,
aquel sol de Madrid persiste y dura
lo que dura el recuerdo.
ELLA SABE
La noche tiene huecos
y ella traspasa sigilosamente
las edades, el sueño, los olvidos;
encuentra los idiomas más antiguos,
los que ya no entendíamos,
tiene la juventud de los amores
que se concitan solamente en uno.
Ella sorbe los jugos de la vida,
ella no sabe amanecer a solas,
ella mata la sombra de la muerte.
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