Silvia Palferro - ARGENTINA
Manos de luna
Indócilmente escurrido de aguas
pero de luna entre dos manos
el papel murmuraba. Multicolores
las formas del maché
que la mujer iba dando.
Vuelta en el silencio semiluz
desde su cocina
más allá amanzanada
de sobremesa y geishas también
ella se artesana
hasta contornear de claros
rojos su cintura.
Acaso ahora miniatura y mujer
fueran sin saberse aquí
como miradas:
estos revestidos ojos
míos de un tiempo
de infancia detenida.
Para Ivana Chepelich
Algo de la melancolía
Algo de la melancolía apura
los pasos tal vez
para que la tinta
se haga verso sobre los vientos.
Y es colombina esta noche
como salida de un tango
o de la tela despintándose
los detalles de musa
y llovizna sobre la acera.
Desde la fantasmal
garganta del barrio
se dice Boedo hasta la entraña
gris del papel. Acaso con la misma voz
hizo su queja Homero en las tormentas
mientras recortaba otro poema
contra la piel del sur;
esquinando su claro de luz
en el cartel.
Dedicado a las abuelas: Rosa y Ata
Pequeñamente sobre encajes de parra
mordiendo sus lunas a través
del patio se escabullía la nena
según silencios alrededor
la trepaban al sol.
Todavía entre tibia
mironeada gris de mujer ahora
adentro por la casa
descalza en versos su rumor.
Solitario rumoreo es este
desprenderse bajo aquellos lejos altos
enracimados de infancia
que habitaran las abuelas
hasta el arrullo encorvado
del oscurecer.
Penumbras de oración
Desde la cúpula del pasado
un sucederse de crepúsculo
y reflejos quiebra la luz
en avitralada imagen. De mujer
descubriendo en lo alto
el milagro del hijo.
regresar a un tiempo de infancia
filtrándose entre cristales repite
el rostro del eterno
resplandor que se dilata
en penumbras de oración.
“El desván solitario de la mujer
también es el espacio donde el
padre escucha y observa por toda
la eternidad.” Darían Leader
Quien sabe nunca
Bajo qué fugacidad
de luna blanda
neblinara al cielo
su mirada. Ojos a mí heredados
por un mismo claro
familiar que se abrió
desde su aún tibia lejanía
-desnaciendo conmigo-
en solalumbre de dos.
Y otra vez, todavía,
tan cerca de su muerte
él acallado detrás
del nosotros entrecerraba
puerta adentro el misterio.
Acaso para soñarse
más eterno
con el asombro quieto
que moría al borde
de esta hija sin adiós.
Dedicado a mi padre
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