Anabel Torres COLOMBIA

TEMIENDO LEER
Son tiempos distintos.
Penélope, ajada y con gafas oscuras
para que no la reconozcan
los chulos
de los diarios vespertinos,
revisa cada tarde los listados
aparecidos
en los muros de la Alcaldía
temiendo leer
el nombre de Ulises
entre los caídos


Ternera medio crecida
Mi memoria
cuando está dormida
da cabezazos contra la cerca,
corre el pasador
con los dientes
y luego se desliza fuera
calladamente:
todavía y siempre
ternera medio crecida
cuyo pasatiempo favorito es ensartar estrellas
con sus cuernos blandos,
suave,
torpemente.
Aquí fuera
también
te persigue.


Cuando mi cuerpo y mi cabeza

Cuando mi cuerpo y mi cabeza
empezaron a arder y a hacer incendios,
mi madre, como un bombero enloquecido
me perseguía por toda la casa.
Apuntaba hacia mí, implacable,
el potente chorro de su miedo
y trataba de tumbarme.
Así crecí.
Mi padre fue distinto.
Defendió ante mí, por igual, y con igual vehemencia y convicción
las ventajas del hielo y el fuego.
Cuando mis incendios llegaban
a su máximo punto de fusión
se apartaba, discreto.
Si fracasaban,
me sugería nuevos sitios.
Me daba claves sobre algunos incendios que él había
hecho propios.
Me hablaba de las maravillas de la sombra
o me traía fósforos.
Si estaba lejos, mandaba largas cartas,
celebrando la vida, la palabra,
nuestra común piromanía.
Y siempre agregaba esta postdata:
'Anabel, el dólar es estrictamente para helados
o fósforos'.
Cuando mi padre temía por mi seguridad
- y debió temer, pues conocía no sólo mi gusto por el fuego
sino mi propensión a las quemaduras -
lo hacía solo, en su casa.
Mi madre, criada en San Benito, residente
del purgatorio,
hermosa
como un reguero de mandarinas
cuando no estaba de turno,
con su risa de cerezos y pájaro en sus días libres,
al morir me amó por encima de todas las cosas:
No permitió que yo heredara su manguera.
La devolvió a su familia,
a la casa de donde era intacta.
Mi padre, al morir hace tres años, siguió muriendo.
Logró tan difícilmente morir, que incluso
desde entonces
ha salido ileso de algunos atentados.
Amaba tanto la vida. Era tan vigoroso
frente al frío.
Era tan rico en incendios.




Anabel Torres nació en Bogotá, Colombia, en 1948. Licenciada en lenguas modernas de la Universidad de Antioquia. Entre 1983 y 1987 fue subdirectora de la Biblioteca Nacional de Colombia. Ha publicado los libros: Casi poesía (1975, 1984), Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Nariño 1974; La mujer del esquimal (1981); Segundo Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia; Las bocas del amor (1982); Poemas (1987) y Medias nonas (1992). En 1987 viajó a Holanda en donde hizo un master en Mujer y Desarrollo en el Instituto de Estudios Sociales de La Haya. Reside actualmente en Holanda.


 
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