SOBRE
LA MURALLA DEL TIEMPO LA PALABRA
MÁS ALTA
DYLAN
THOMAS- (1914-1951)
- Inglaterra
ELEGÍA (Traducción:
Félix della Paolera)
Altivo
hasta morirse, murió quebrado
y ciego
del modo más oscuro, y ya
no se volvió,
un afable hombre frío, bravo
en su estrecho orgullo
en
tan oscuro día. Oh, que al
fin pueda siempre
yacer, leve, en la última
colina atravesada,
bajo la hierba, amando y allí
reverdecer
entre
largas manadas y ya nunca extraviarse
ni cesar en los días sin
cifra de su muerte,
aunque ansiaba ante todo el seno
de su madre
que
era descanso y polvo y en el afable
suelo
la oscura ley mortal, ciego y sin
bendición.
-Que no encuentre descanso, pero
sí patria y sitio-
rogué
en su humilde cuarto, junto a su
lecho ciego
en la callada casa, bordeando el
mediodía
y la noche y la luz. Los ríos
de los muertos
inervaban
su mano sobre la mía y vi
tras sus ojos cegados las raíces
del mar.
(Un viejo atormentado casi del todo
ciego.
Yo
no soy tan altivo que no pueda gritar
que Él y él nunca,
nunca, de mi mente se irán.
Sólo llanto sus huesos, y
escaso, salvo en penas,
él
temía, inocente, morirse
detestando a su Dios;
pero él era algo que era
muy claro:
un afable hombre anciano, bravo
en su ardiente orgullo.
Suyos
eran los muebles; sus libros eran
de él.
Ni aun siendo criatura se sabe que
llorase,
ni tampoco esta vez, salvo a su
oculta herida.
De
sus ojos vi el último destello
resbalar.
Aquí entre la luz clara del
cielo señorial
un anciano hombre ciego junto conmigo
va
transitando
los prados del ojo de su hijo
sobre quien mil desdichas como nieve
cayeron.
Lloró al morir, al fin, temiendo
el sol final
de
los cielos, el irse del mundo sin
respiro:
altivo hasta en llorar, débil
para ocultarlo,
y preso entre dos noches, la ceguera
y la muerte.
Oh,
herida más profunda que todas,
que muriese
en tan oscuro día. Y hasta
pudo ocultar
el llanto de sus ojos, altivo hasta
en llorar.
Hasta
mi muerte, nunca de mi lado se irá.)
POEMA DE OCTUBRE (fragmento)
(Traducción: M. Manent)
Era el año en que los treinta
cumplía, a los cielos
despertando, no lejos del puerto
y del bosque vecino,
y la playa con charcas de mejillones,
y garzas reales
a modo de clérigos;
la mañana hacía señales
con
el agua rezando, y el grito de los
grajos y las
gaviotas,
y
el ludir de las barcas en el muro
cubierto de redes;
de
pie me puse en seguida, en la villa
aún dormida
y
salí de la casa.
El
día de mi cumpleaños
empezó con los pájaros
acuáticos
y con los pájaros de alados
árboles, que enarbolan
mi
nombre sobre
la granja y los blancos caballos;
y
me levanté en el otoño
lluvioso, y al andar, me inundaban
todos
mis días como un chubasco.
Era
en el pleamar, y se zambullían
las garzas cuando el
camino
emprendía,
la
frontera cruzando,
y
las puertas de la villa cerradas
aún, cuando ya despertaba
la
villa.
Toda
una primavera de alondras en el
rodar de una nube,
y
los matojos, bordeando el sendero
rebosante de mirlos
silbando
y en el sol de octubre,
como
estival en lo alto del cerro;
climas
apasionados y dulces cantores súbitamente
llegaron
aquella mañana en que iba
errante, escuchando
la
lluvia que se retorcía;
frío
el viento soplaba
a
mis pies, en la lejanía del
bosque.
Pálida
lluvia sobre el puerto encogido
y
sobre la iglesia mojada del mar
y como un caracol
pequeñita,
con los cuarpos envueltos en la
niebla
y
sobre el castillo pardo como los
buhos;
mas
los jardines de primavera y estío
florecían en fábulas
altas,
allende la frontera y bajo la nube
llena de alondras.
Allí
podía asombrarme,
en
tanto que el día de mi cumpleaños
se
deslizaba, mas daba vueltas el tiempo.