Marosa di Giorgio (1932 - 2004) URUGUAY

Me acuerdo de los repollos acresponados, blancos,-rosanieves de la tierra, de los huertos-, de marmolina, de la porcelana más leve, los repollos con los niños dentro.
Y las altas acelgas azules.
Y el tomate, riñón de rubíes.
Y las cebollas envueltas en papel de seda, papel de fumar, como bombas de azúcar, de sal, de alcohol.
Los espárragos gnomos, torrecillas del país de los gnomos.
Me acuerdo de las papas, a las que siempre plantábamos en el medio un tulipán.
Y las víboras de largas alas anaranjadas.
Y el humo del tabaco de las luciérnagas, que fuman sin reposo.
Me acuerdo de la eternidad.




¿Qué pasa en aquella hora? Los caballos empiezan a resucitar. Los antiguos, de labranza, juntan los huesos, el negro cuero, los dientes níveos; ya tiemblan, revolotean, ya marcan el paso en torno a los huertos. Viene rumor de antiguas cenas; el fantástico apio abre su cabello de colores; la cebolla de ojazos azules, me mira dulcemente, y el melón como un perfume macizo. Reaparecen los tíos y sus peones, cuentan los surcos, ordenan el trabajo; al pie de la casa que se yergue toda, el abuelo da la voz de mando. Vuelven las nubes del sur, leves como el humo, siempre de sur a norte, de sur a norte...
Mamá saca del aparador mi corazón de niña, pequeñito, y late todavía.




Me parece que es noche de Reyes.
Se calló la dalia -desmesurada, granate y azul- dejó de girar, se paró su reloj, se pararon los enormes minuteros rosados: pero, suena lejana música de vals, y salen a bailar las golondrinas y los emperadores. Hasta que la nuez cantora calla y el pájaro del grillo también.
En uno de esos segundos se duerme mamá; no debiera, pues, vino una rata nobiliaria; tenemos visitas en el aparador.
...Me parece que es noche de Reyes.
Cae dentro un puñado de estrellas como si fuera de azúcar. Y todo el jardín y el firmamento están llenos de ricos pasteles cargados de cirios; hay grageas en el este y oeste; perlitas de plata en el norte y el sur.
Mis animales de antes resucitan. Vienen de lejos, de allá, a traerme juguetes.


(hortensias)
Rosadas, tenebrosas, azules, musicales.
En el alba del salto las vi. Ahí, impávidas, surgían como nenas misteriosas. Parecían grandes muñecas asomadas.
Tan solas y unidas.
Volaban papeles quietos y zafiros.
Había un ramo de almas ubicado allí.
Muchachas de la luna.
Pedrería con hojas y alas.
A veces, recorro despacio, las calles de Dios.



Los hongos nacen en silencio; algunos nacen en silencio; otros, con un breve alarido, un leve trueno. Unos son blancos, otros rosados; ése es gris y parece una paloma, la estatua de una paloma; otros son dorados o morados. Cada uno trae - y eso es lo terrible- la inicial del muerto de donde procede. Yo no me atrevo a devorarlos; esa carne levísima es pariente nuestra.
Pero, aparece en la tarde el comprador de hongos y empieza la siega. Mi madre da permiso. Él elige como un águila. Ese blanco como el azúcar, uno rosado, uno gris.
Mamá no se da cuenta de que vende a su raza.

 
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