SOBRE
LA MURALLA DEL TIEMPO LA PALABRA
MAS ALTA
Olga
Orozco
- ARGENTINA
(1920 - 1999)
LA
MALA SUERTE
Alguien
marcó en mis manos,
tal vez hasta en la sombra de mis
manos,
el signo avieso de los elegidos
por los sicarios de la desventura.
Su tienda es mi morada.
Envuelta estoy en la sombría
lona de unas alas que caen y que
caen
llevando la distancia dondequiera
que vaya,
sin acertar jamás con ningún
paraíso a la medida de mis
tentaciones,
con ningún episodio que se
asemeje a mi aventura.
Nada. Antros donde no caben ni siquiera
el perfume de la perduración,
encierros atestados de mariposas
negras, de cuervos y de anguilas,
agujeros por los que se evapora
la luz del universo.
Faltan siempre peldaños para
llegar y siempre sobran emboscadas
y ausencias.
No, no es un guante de seda este
destino.
No se adapta al relieve de mis huesos
ni a la temperatura de mi piel,
y nada valen trampas ni exorcismos,
ni las maquinaciones del azar ni
las jugadas del empeño.
No hay apuesta posible para mí.
Mi lugar está enfrente del
sol que se desvía o de la
isla que se aleja.
¿No huye acaso el piso con
mis precarios bienes?
¿No se transforma en lobo
cualquier puerta?
¿No vuelan en bandadas azules
mis amigos y se trueca en carbón
el oro que yo toco?
¿Qué más puedo
esperar que estos prodigios?
Cuando arrojo mis redes no recojo
más que vasijas rotas,
perros muertos, asombrosos desechos,
igual que el pobrecito pescador
al comenzar la noche fantástica
del cuento.
Pero no hay desenlaces con aplausos
y palmas para mí.
¿No era heroico perder? ¿No
era intenso el peligro? ¿No
era bella la arena?
Entre
mi amado y yo siempre hubo una espada;
justo en medio de la pasión
el filo helado, el fulgor venenoso
que anunciaba traiciones y alumbraba
la herida en el final de la novela.
Arena, sólo arena, en el
fondo de todos los ojos que me vieron.
¿Y ahora con qué lágrimas
sazonaré mi sal,
con qué fuegos de fiebres
consteladas encenderé mi
vino?
Si el bien perdido es lo ganado,
mis posesiones son incalculables.
Pero cada posible desdicha es como
un vértigo,
una provocación que la insaciable
realidad acepta, más tarde
o
o más temprano.
Más tarde o más temprano,
estoy aquí para que mi temor
se cumpla.
( De"Con esta boca, en este
mundo", 1994)
BALANCE DE LA SOMBRA
Muchas
veces, en los desvanes de la noche,
cuando la soledad se llena de ratones
que vuelan o escarban bajo el piso
para roer, tal vez, los pocos nudos
que me atan a este asilo,
busco a tientas la tabla donde asirme
o el lazo que todavía me
retenga.
Entonces te adelantas, aunque no
sé quién eres,
sombra fugaz y sombra de mí
misma, mi sombra ensimismada,
sí, tú, la más
cercana pero la más extraña,
y siento que aún con tu inasible
custodia me confirmas un lugar en
el mundo.
Pero ¿quién eres tú?,
¿quién eres?
quizás seas apenas como un
jirón de niebla
que copia dócilmente cada
pacto de mi sustancia con el tiempo,
como cree la luz;
o acaso estés aquí
sólo para testimoniar con
tu insistente opacidad la culpa
o la caída.
Compañía fatal o delatora,
yo sé que agazapada en un
rincón cualquiera de los
sueños
permites que la muerte se pruebe
mi propio cuerpo cuando duermo.
Y no ignoro tampoco que llegas desde
el fondo de un abismo con alas de
ladrona
y escondes en tu vuelo soles negros,
humaredas de infiernos nunca vistos
y recuerdos que zumban como enjambres.
Tu cosecha de ayer; tu amenaza y
promesa para hoy y mañana.
Sospecho que también me has
contagiado paredones roídos,
templos rotos, fisuras dolorosas
y escondrijos que dan al otro lado.
Pero también multiplicaste
a ciegas las visiones del amor que
no muere,
nos vestiste con noche encandilada,
con fugitivos resplandores,
y hasta te vi saliendo de ti misma
y te vi propagarnos como a un eco,
como a un temblor de luces hacia
la eternidad,
al paso de las aguas.
Sombra perversa y sombra protectora,
mi doble de dos caras.
Nunca tuve otra hija más
que tú,
y has hecho lo imposible por parecerte
a mí, en mi versión
confusa,
aunque siempre aparezcas embozada
en anónima y ajena, peregrina
envoltura.
Yo te confieso ahora, mientras estoy
aquí,
mientras aún me anuncias
o me sigues, no sé si como
emisaria o como espía,
que quienquiera que sea no querría
perderte entre otras sombras.
No me dejes entonces nunca a solas
con mi desconocida:
no me dejes conmigo.
( De "Eclipses y fulgores",
1998)
V
Tú
reinaste en Bubastis
con los pies en la tierra, como
el Nilo,
y una constelación por cabellera
en tu doble del cielo.
Eras hija del sol y combatías
al malhechor nocturno
-fango, traición o topo,
roedores del muro del hogar, del
lecho
del amor-,
multiplicándote desde las
enjoyadas dinastías de piedra
hasta las cenicientas especies de
cocina,
desde el halo del templo, hasta
el vapor de las marmitas.
Esfinge solitaria o sibila doméstica,
eras la diosa lar y alojabas un
dios, como una pulga insomne,
en cada pliegue, en cada matorral
de tu inefable anatomía.
Aprendiste por las orejas de Isis
o de Osiris
que tus nombres eran Bastet y Bast
y aquel otro que sabes
(¿o es que acaso una gata
no ha de tener tres nombres?);
pero cuando las furias mordían
tu corazón como un panal
de plagas
te inflabas hasta alcanzar la estirpe
de los leones
y entonces te llamabas Sekhet, la
vengadora.
Pero también, también
los dioses mueren para ser inmortales
y volver a encender, en un día
cualquiera, el polvo y los escombros.
Rodó tu cascabel, su música
amordazada por el viento.
Se dispersó tu bolsa en las
innumerables bocas de la arena.
Y tu escudo fue un ídolo
confuso para la lagartija y el ciempiés.
Te arroparon los siglos en tu necrópolis
baldía
-la ciudad envuelta en vendas que
anda por las pesadillas infantiles-,
y porque cada cuerpo es tan sólo
una parte del inmenso sarcófago
de un dios,
eras apenas tú y eras legión
sentada en el suspenso,
simplemente sentada,
con tu aspecto de estar siempre
sentada vigilando el umbral.
(
De "Cantos a Berenice",
1977)