Carlos Barbarito ARGENTINA

(Todos los poemas pertenecen al libro:

"Radiación de fondo", 2005.)


(Pasolini)

La razón casi se licúa
ante un mundo apenas entrevisto:
la piedra antes de la piedra
y el sueño después del suplicio.
Una sombra nace con el relámpago.
La nombran y el nombre
describe una curva sobre el asfalto
adonde van a dar,
desnudos e inocentes, los culpables.
Se aman, se matan.
Por ellos, no por otra voluntad,
amanece, crece la planta,
viene la sed que sacia, y no, el agua.


Todavía se hace tarde, ¿hasta cuándo?
Ante la periferia que, alguna vez,
debió contener un vasto paisaje de lavandas.
Alzo mi carga, cargo con mi peso.
Y todo queda lejos. Todo
clava el mismo clavo,
apaga cuanto debiera alumbrar,
droga cada rapto de piedad,
lo envuelve y sepulta bajo montañas
de cenizas y tiempo. El tiempo…
Moja de muerte el tiempo.
La muerte es sólo para los inocentes.
Y la luz es oblicua. Y la sombra,
voraz y anfibia. En la orilla,
desnudo, señalo, pienso, me desconsuelo.




(Cyclamen)

Allí brota en el frío
del suelo oscuro
que no se resigna
a ser dispersado por el viento;
y serán horas, y noches,
y días. Allí estoy yo, estamos,
libres, posesos,
viles, virtuosos, desnudos,
desde el fondo hacia lo alto.
¿Perfume de amantes,
alimento para las bestias?
Una u otra cosa, tal vez,
ambas; de todos modos,
como siempre, habrá un cielo indiferente,
una escarcha decidida
a quemar. Y lo que tenga que suceder,
sucederá en silencio.



Lavan una y otra vez
su carne antes de que se rompa,
sola, bajo la tierra.
La visten antes del atardecer
y gritan para atemorizar
a los que quieren llevarse
uno de sus brazos
para que los proteja de las tormentas,
los relámpagos, las sombras.
La sepultan y en el suelo recién removido
plantan una rama reseca.
Se sientan y esperan,
confiados, que reverdezca.

 


  
(Modigliani)

Bebe porque tiene sed
y porque tiene sed se mancha.
Su dios es pequeño,
muere cada otoño antes que las hojas.
En cada tela, un desnudo.
La cabeza hacia un lado.
Golpea el vidrio un viento:
¿quién detendrá su furia,
quién acariciará la frente de ese potro,
quién tocará una a una las cuerdas,
un sonido en progreso
en dirección a cierto amor,
a cierta isla cimentada en calma?

  


 
Hacia el fin del mundo,
a bordo de un tren inmóvil.
Polvo de tiza en los párpados,
en las manos. Hacia
el fin de lo conocido, medido y pesado,
ante un paisaje que miente
cielos de lluvia y luego cielos azules,
campos sembrados y luego baldíos.
¿De qué noche es esta falacia?
¿De qué muerte se compone esta vida,
que no se refleja en espejo alguno,
fija en el centro de un ojo no humano,
de perro, oso, caballo?
     

 
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